Opinión

Españoles: grandes combatientes, malos espías

Pues. dilecta leyente, en esto del espionaje, tanto se observa la espiofobia como la espiomanía que, a pesar de ser cosas contrarias, vienen a ser algo así como primos hermanos o reflejos del mismo modo que el amor y el odio .
 Ahí tenemos la espiofobia que padecía Trump con su obsesión con que Obama le fisgoneaba, que el FBI desmintió, considerándola espiomanía, y al mismo tiempo la despreocupada imprudencia del mismo Trump con su costumbre de recibir a los líderes más importantes en el complejo hotelero Mar a-Lago, su “Casa Blanca de invierno”, que se había convertido en la pesadilla del Servicio Secreto. 
Así con clientes entrando y saliendo, entre camareros y servicio de la limpieza se celebró el gabinete de crisis por el misil lanzado por Corea del Norte; pero el culmen del disparate fue cuando un huésped se fotografió con el militar que portaba el maletín con los códigos nucleares. Tal despiporre ha llevado a que tal complejo se hubiera llegado a denominar “El paraíso de los espías”.
Decía Pastor Petit que el español sabe luchar con arrojo y morir con dignidad, por eso puede ser un excelente soldado y superior guerrillero, más la lucha en la sombra, el espionaje, no es lo suyo, porque no es capaz de disimular, ni es reflexivo ni calculador. Según él, ello explicaría que España no diese nunca un Richard Sorge, y las gestas de L.M. González-Mata Lledó, agente franquista en los años 60-70 estarían por valorar Respecto a la llamada “Quinta Columna” considera que se ha exagerado y mitificado su importancia, en absoluto comparable con cualquier otra organización de inteligencia.
Hemos destacado como brillantes criptógrafos, diplomáticos diligentes y enlaces impulsivos, pero como espías no, y sin embargo, como dijo el padrecito de muchos de los podemitas “Ningún pueblo puede respetar a su gobierno que percibe el peligro de ataque  y no se prepara para su defensa” y es que la táctica del avestruz, que esconde la cabeza bajo el ala ante el peligro, es una actitud humana mucho más frecuente de lo que pudiera creerse. Así puede entenderse la suicida frivolidad de Casares Quiroga, ante unas pruebas abrumadoras: “¿De manera que va a haber un levantamiento? ¡Muy bien! ¡Yo por mi parte voy a tumbarme un rato!”, desdeñando el valor del espionaje. 
Sin embargo, célebres espías fueron el catalán Joan Pujol García, agente doble, que contribuyó notablemente a que los Aliados ganaran la Segunda Guerra Mundial confundiendo a los alemanes sobre donde iba a llevarse a cabo el resolutivo desembarco, y actualmente el madrileño  Francisco Paesa, “El hombre de las mil caras”, que, colaborando con el servicio secreto español, contribuyó a la derrota de ETA, sobre todo cuando haciéndose pasar por un traficante de armas vendió dos misiles antiaéreos a la banda que llevaban unos sensores de localización.
Otro caso de espía doble, lo protagonizó la conocida cono “Reina de Corazones”, de origen ruso, pero casada con un  español, que desde su campo de operaciones en Gibraltar, prestó incalculables servicios tanto para nazis como  para aliados, asumiendo graves riesgos, que con sutileza acertó a sortear.
Luego están las ratas domésticas como, recientemente, el Comisario Villarejo, una mezcla de Mortadelo y La Vieja de los Visillos, pero con agenda saboteadora obtenida en las cloacas de su madriguera, como  buen chota que se aprovecha del cargo para difamar a media España.
También tuvimos al becario de espía, Nicolasín, un joven arrogante y narcisista que se sirvió  de los servicios de inteligencia para su uso y disfrute personal.
Como dijo Mata Hari: “Si alguien dice que me proporcionó información secreta, el delito lo cometió él, no yo”. 

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