Opinión

Ejerciendo como abogado

Un tipo innovador 
Aquel día, finalizando la tarde, me preparaba para dejar el curro e irme con mi chati a pillar unas birras, cuando entró por el despacho un antiguo cliente.
Era un tipo inquieto, siempre innovador, que venía por una consulta sobre la legalidad y requisitos para instalar unos paneles solares en su comunidad de vecinos. Pretendía, así renovar la energía eléctrica del edificio, por la otra alternativa, que consideraba natural y más asequible económicamente.
Me pareció interesante su propuesta y le asesoré sobre el tema, primero tenía que hacer un estudio sobre la conveniencia del cambio, y en segundo lugar llevar la propuesta bien pormenorizada ante la Junta de Propietarios, a donde podía acudir acompañado de un técnico que explicara la parte más específica del artilugio, ofreciéndome a acompañarle como letrado, para la parte legal. ¡Y la liamos!

El precio de la modernidad
Esta vez, era una trémula mañana de suaves chubascos y cielo ligeramente encapotado cuando un nuevo cliente entró por el despacho solicitando asesoramiento para invertir en energías renovables, una industria en auge, y tras enumerarle los distintos campos de producción, se decantó por un parque eólico, que era todo lo ecológico que él quería, pero que requería, le dije, la adaptación al medio, pues no todos los lugares tenían la idoneidad requerida, ya que tenía que garantizar la coexistencia con otros habituales del espacio y con derecho de antigüedad adquirido.
Le recomendé que fuese con su nieto a visitar otros parques eólicos y oyera su opinión; volviendo para decirme que renunciaba al negocio, porque afeaba el ambiente, mataba con sus aspas a muchas aves, rompía la paz y el sosiego y creaba conflictividad entre los vecinos.
Es el precio de la modernidad, le dije, que, a veces, exige obviar la sensibilidad. 

Un empresario concienciado
Entra por el despacho un empresario con cara de preocupación. Le pido a la siempre solícita señorita Topisto que le traiga un vaso de agua,  quien se presta a socorrerle con su inimitable sonrisa.
El cliente parece recuperarse, y todavía algo nervioso, me cuenta que acaba de ser insultado y amenazado por un trabajador, culpabilizándole de los despidos y de la situación económica en general.
El caso, me dice, compungido, es que todos estamos de acuerdo en que hay que erradicar la pobreza de la población más vulnerable y crear empleo para dar la oportunidad de trabajar a todos y, por otra parte, mantener los puestos existentes; pero eso no depende solamente de los empresarios, sino de las medidas que tome el Gobierno. 
En cuanto a los insultos y amenazas, le digo, acariciando la toga, podemos denunciar al iracundo andoba, posiblemente un desesperado padre de familia que ese día se habría lavado la cara con lejía, pero dada la crispación sociolaboral, que usted tan bien conoce, le aconsejo dejarlo pasar, salvo que se repita el desagradable incidente, en cuyo caso actuaremos con toda la contundencia que la ley nos permita. 
Otra vez nos quedamos sin cobrar, susurró mi secretaria.

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