Opinión

Yolanda Díaz, la sonrisa de la ambición infinita

Entre las diversas acepciones que tiene la palabra negociar, la que concierne a un ministro del Gobierno debería ser la que se refiere a tratar asuntos públicos procurando su mejor logro. Una actividad, inherente a la política, que deriva en pactos y acuerdos. Pero a la ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz, parece que le encaja más la definición de “tratar y comerciar, comprando, vendiendo o cambiando géneros para aumentar el caudal”. Negociar, en el sentido político, que consiste no siempre en ganar sino también en ceder hasta llegar a un punto de encuentro, no parece ser su fuerte. Detrás de la sonrisa permanente con la que se enfrenta a las cámaras, la sonrisa que muestra en la misma foto con la que aparece en todas sus redes sociales, hay una despótica actitud que se pone de manifiesto en la manera en que como ministra aborda su interlocución en el diálogo social. Un diálogo que rompe antes de empezar, señalando a los empresarios que las propuestas que lleva a la negociación serán aprobadas con o sin su participación. Lo dijo y lo hizo con el incremento del salario mínimo interprofesional y ya lo acaba de anunciar ante nuevas propuestas encaminadas a reducir la jornada laboral y a colocar trabajadores en la dirección de las empresas.

A pesar del nombre de su cartera, el Ministerio de Trabajo no es el que genera el empleo en España, sino las empresas. Grandes y, sobre todo, pequeñas y medianas empresas que merecen ser tratadas con respeto y equidad y no con la prepotencia de quien anuncia ya de entrada que se hará lo que ella quiera, aunque sea un auténtico despropósito, como controlar las retribuciones de los ejecutivos o que los trabajadores se sienten en los consejos de administración. Quién sabe si la siguiente ocurrencia será sentar a los accionistas en los comités de empresa, creando una suerte de nuevo sindicato vertical, algo en lo que sus ideas políticas y las de la extrema derecha seguro que coincidirían.

Detrás de esta actitud trasnochada de delirio colectivista, más propia de los soviets y los koljoses de la antigua URSS, lo que se esconde es una infinita ambición de poder y al mismo tiempo una enorme debilidad ideológica. El afán por aumentar su popularidad granjeándose la simpatía de los sindicatos trata de compensar la ausencia de una base territorial sólida sobre la que sustentar su carrera, como lo demuestra que, tras ser candidata por A Coruña, lo fuese luego, como paracaidista, por Pontevedra y más recientemente por Madrid. Otro tanto se puede decir de su zigzagueo político, que siempre termina con el rechazo de sus aliados. La última, con sus antiguas compañeras de Gobierno del lado de Podemos, que le negaron el voto en el decreto de su plan para el desempleo. Antes, las que mantenía con Alberto Garzón en Izquierda Unida, hasta el punto de abandonar dicha formación. Y hace doce años en Alternativa Galega de Esquerdas (AGE) con Xosé Manuel Beiras encabezando la lista y Pablo Iglesias dirigiendo aquella campaña electoral. Hoy, Beiras es su adversario político e Iglesias, su amigo que le ayudó a fraguar aquella campaña electoral de 2012, hace campaña en las elecciones a la Xunta a favor del BNG.

Yolanda Díaz ha convertido su ministerio, con la anuencia del presidente Sánchez y en detrimento del PSdeG, en su cuartel general de campaña para las elecciones gallegas y las que vendrán después. ¿Le servirá de algo, o tendrá en sus electores el mismo impacto que cuando fue hace unos días a recoger conchitas y cuatro pélets a una playa de A Pobra do Caramiñal? A ella no sabremos; a España y a millones de trabajadores, desde luego que no. 

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