Opinión

Sinke y el mar de literatura

Nuestro gran amigo (entiéndase la ironía) el lituano Sinkevicius, comisario de Mar y Medio Ambiente, se ganó un revolcón del Parlamento europeo con un “no” rotundo a su última propuesta, el Plan de Acción, que contemplaba nuevas restricciones al arrastre, en torno al 30 por ciento de las aguas comunitarias. Y que no era sino el segundo paso en su frustrado programa de máximos: el veto total que le acabará dando un puesto en alguna ONG verde, que es lo que al parecer desea cuando termine su período dentro de unos meses. Pese a sus intentos, el mar europeo seguirá abierto para la pesca, aunque la huella de Sinke se mantendrá por el cierre de casi un centenar de zonas en el Atlántico, una decisión que tomó en persona y sin aval científico, basada solo en razones ideológicas: le gusta el mar, pero le gustaría que no hubiera marineros faenando.

Sobre el mar se ha escrito demasiada poesía, no pocas veces sobrecargada, abusando del papel heroico de los marinos. A mi padre, que se ganó durante muchos años la vida a bordo de un barco, en su caso mercante, le parecía que no era más que un oficio como otros, con el plus del riesgo que supone navegar. Pero más prosaico que épico, por más que la literatura, desde Homero hasta Melville, haya dibujado el perfil aventurero. Estos días, la marea plástica trajo de vuelta la inevitable marea literaria trufada en muchos casos de aroma cursi sobre los esforzados héroes que aran las olas y otras metáforas manidas. Menos mal que apareció el patrón mayor de Muxía, que algo sabrá del asunto, para dejar un par de perlas fruto de su sabiduría. Me quedo con que los centollos tienen suficiente sentido para no comerse una pelota de plástico, ¿o tú te comerías una piedra?

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