Opinión

No haga planes: todo puede suceder

Hay que reconocerlo: los informadores, todos, llevamos semanas mareando la perdiz, sin saber muy bien ni cuándo ni cómo se va a resolver el conflicto político más grave que hemos tenido que afrontar en esta década ya de por sí convulsa. Sí, todo depende de que Puigdemont acepte de una vez todos los términos de la negociación que él mismo ha impuesto para que Pedro Sánchez, decidido a ello por todos los medios, siga en La Moncloa y él, el fugado en Waterloo, pueda pasearse tranquilamente por su Gerona natal. Pero, claro, Puigdemont alarga los momentos de gozo que supone tener en jaque al Gobierno central, a la oposición, al Estado, al Rey, a usted y a mí. Y a los periodistas, que ya no podemos hacer planes, porque hasta los fines de semana y festivos de 'puente' han sido habilitados para poder albergar esa sesión de investidura que podría ser esta semana o no, la próxima o no. Todo puede suceder; de hecho, todo está sucediendo ante nuestras narices sin que nos enteremos de la misa la media.

Lo previsible: en las próximas horas conoceremos algo que, en el fondo, es la crónica de un resultado anunciado. Me refiero, claro, a esa consulta de Pedro Sánchez a los ciento setenta mil militantes del PSOE, para ver si aprueban algo planteado de forma genérica y poco conflictiva, a saber: si aprueban los pactos con Sumar y con otras fuerzas para llegar a la investidura del secretario general y presidente del Gobierno en funciones. El resultado oscilará entre un ochenta y tantos y un noventa y tantos por ciento de 'síes' incondicionales, lo que no cambiará nada, porque la partida se juega, se está jugando, ya se sabe, en Bruselas, donde el eurodiputado y ex presidente de la Generalitat disfruta poniendo cada día más alta la valla que el Gobierno en funciones tendrá que saltar para llegar a la meta monclovita. Cada día que mantiene al país —no solo al PSOE— en vilo, más ganancia para él, para su partido, para quienes delinquieron en aquel 2017 y seguramente para quienes lo hicieron también antes y después.

Lo imprevisible es todo lo demás. Bueno, yo estoy casi seguro —casi, porque aquí, ya digo, no hay quien haga planes— de que los negociadores gubernamentales y del partido que sustenta al Ejecutivo acabarán aceptando trágalas que el presidente castellano-manchego ha calificado como "una humillación" al Estado. Y tampoco creo, la verdad, que Puigdemont se ensañe en términos ya del todo inaceptables, porque él es el primer interesado en la resolución de 'su' caso, entre otros. Quiere regresar a Cataluña en plan Nelson Mandela y me parece bastante probable que, cuando una ley de amnistía sortee todos los meandros —el del Senado no será fácil, pero tampoco puede ser definitivo—, entonará el 'ja soc aquí' desde algún balcón de la plaza de Sant Jaume, y entonces qué.

Pues ahí estamos: en el 'y entonces qué'. Este proceso hacia la investidura está provocando alteraciones en el sistema nervioso de los poderes del Estado, sobre todo en el Legislativo y el Judicial, alteraciones que requerirán una cura reposada, porque las líneas rojas siempre han de restablecerse y son muchas las reparaciones que habrá que hacer, comenzando por repensar lo que un Gobierno en funciones puede y no puede llevar a cabo, a la luz de la ley correspondiente, que está siendo claramente incumplida. Pero todo eso sí que forma parte de lo que ahora mismo, a la velocidad que va este tren que abandonó tiempo ha las vías, no podemos prever. Ya digo: ni planes para los fines de semana podemos hacer ya, porque un sábado o un domingo de estos nos puede tocar asistir al pleno parlamentario más significativo, para lo bueno y para lo malo, y para lo regular y lo irregular, de toda una era. Incluso esta crónica puede quedar superada por los acontecimientos a las pocas horas de haberla escrito, y entonces, repito, qué.

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