Opinión

El término “liberal”

El término “liberal” se acuñó coincidiendo con la muerte del Antiguo Régimen y la promulgación de la Pepa del año 12. Y tanto gustó y tan excelentemente sentó en el ámbito continental, que acabó incorporándose al lenguaje común. De hecho, se utiliza corrientemente en inglés y da nombre a la tercera vía de su espectro político cuyas expectativas, bien es cierto, nunca son suficientemente halagüeñas.
Entre nosotros, la denominación siempre ha estado sujeta a interpretaciones inciertas, pero el momento de gloria llegó en los estertores del reinado de Fernando VII, cuando el sector progresista decidió imponer un nuevo orden y recibió con esperanza a su viuda, la regente María Cristina, apostando por una actualización del viejo texto constitucional  que acabó dividiendo en dos mitades el concepto y creando una fracción más conservadora a la que se llamó “moderados” –Quintana, De la Rosa, De Burgos, Toreno- y otra radical que se llamó “exaltados”, –Mendizábal, Istúriz, Calatrava o Flores Estrada- que entraron en conflicto y jamás se reconciliaron. 
Curiosamente, esta cerrada batalla ideológica con enfrentamientos sumamente enérgicos, jamás se produjo en las filas de los nacientes nacionalismos llamados históricos, todos ellos fundidos en el crisol del inmovilismo, la cerrilidad y el más montuno compromiso religioso. Los dos grandes adalides de la causa nacionalista, Cataluña y Vascongadas –el de Galicia creo yo discurre por otros derroteros aunque mucho se contagió también- alumbraron su protocolo ideológico a la luz de una religiosidad casi patológica, entreverada de conservadurismo feroz y defensa a ultranza de sus privilegios fiscales. Esa es la razón por la que el carlismo –¿qué fue antes los carlistas que Don Carlos o a la inversa?, debate histórico no convenientemente aclarado- se extendió por esa franja norte salpicada de núcleos rurales, profundamente conservadora, cerrada y terne, que abogaba por la incomunicabilidad, abominaba de los avances de la ciencia y propugnaba clausurar las fronteras, con una lengua y un Viva Cristo como bandera, extendida por Navarra, Cataluña, el País Vasco, La Rioja, norte de Levante y Alto Aragón con algunos tentáculos entre la sociedad conservadora e más inmovilista de Galicia. Ese espíritu, con la natural evolución propia del avance de los tiempos, no se ha borrado. Por el contrario, sigue y sigue…
 

Te puede interesar