Opinión

Torras versus Torras

Quiero imaginarme a Luis XVI de Francia organizando en secreto con Robespierre, Danton y Marat la toma de la Bastilla y los altercados populares que acabaron con su cabeza cortada por la guillotina. Todo pudo ser posible. Si en aquellos días de 1789 la policía monárquica hubiera espiado a los miembros del Tercer Estado, quizás también habría captado inusitadas conversaciones entre unos poderes y otros. Entre nobles y religiosos, entre monárquicos y republicanos, todos hablando y confabulando en nombre del pueblo de espaldas al pueblo. Una pandilla de exaltados guiados por confusos intereses llamados a cambiar el curso de la historia de Europa. Quienes ni siquiera podían imaginar sus finales trágicos y la eclosión de un tal Napoleón, dispuesto a crear un nuevo imperio francés, llevando implícito en sus intenciones un ejercicio del poder, gemelo del “derecho divino” de la monarquía absoluta, contra el que se habían levantado el pensamiento de la ilustración y los revolucionarios. 
Simbólicamente podríamos decir que la revolución francesa acabó en Waterloo. Justo desde donde hoy parece que se dirige la pretendida revolución catalana. Quizás por ello el presidente, Quim Torras, mal lector de la historia como todos los políticos osados, se ha metido en un barrizal de contradicciones, cinismos e hipocresías que no solo le costará la cabeza (política) sino que enfrenta y empobrecerá por mucho tiempo al pueblo catalán, cuyo nombre pronuncia en vano. La guillotina del nacionalismo “pacífico y sonriente” ya ha entregado un montón de testas de los suyos: Junqueras, Romeva, Turull, Bassa, Forcadell, Rull, Forn, Jordi’s… y ha puesto pies en polvorosa a las de otros. Y aunque ahora quieran elevarlos al atar de los héroes y mártires, la historiografía moderna los clasificará como una simple pandilla de osados, quienes para presionar al legítimo Gobierno de España lanzaron al pueblo contra el pueblo como un simple señuelo, calculado con la misma impericia de un vulgar cazador de perdices.
Aunque quieran darle ese matiz, “el procés” no es una revolución. Ni alcanza la categoría de parodia. Es una peligrosa insensatez donde el capitán visible, Torras, conspira contra Torras y se pone a la cabeza de los incendiarios en son de paz. El máximo representante del Estado democrático en su comunidad levanta al pueblo contra él mismo, esto es, un alzamiento similar al de las repúblicas bananeras durante el siglo XIX. Un anacronismo fundamentado con mentiras y falsedades, construidas para ocultar oscuros intereses de cierta burguesía. ¿Qué ha sido de Artur Mas? ¿Dónde militan los Pujol y sus adláteres? ¿En qué juzgados duermen sus procesos? ¿Quién financia a los violentos? ¿Con qué medios se empujan los vientos de los nacionalistas bienintencionados? ¿Alguien cree que todo es voluntariado ideológico?
Mientras Cataluña fue impunemente saqueada por el pacífico nacionalismo, representado por la familia Pujol, la paz era una hipócrita oración con la que se construía el futuro de todos y para todos los catalanes. A la mayoría de los españoles nos habían convencido de ello y aplaudíamos su aparente solidaridad con las demás comunidades autónomas. Los admirábamos por europeístas y avanzados. Hoy comprobamos que aquella imagen institucional era solo la de un miserable sepulcro blanqueado.

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