Opinión

Salvini y Cia.

El personaje está subido a una plataforma, lleva un crucifijo en la mano, lo besa y habla en nombre del pueblo, de aquellos que lo han votado y de quienes no. Incluso de cuantos temen su demostrado integrismo y dura extrema derecha política. Salvini, el vicepresidente y ministro del Interior italiano, está asaltando los cielos con las viejas técnicas de los dictadores. Tan conocidas, denostadas y, desgraciadamente, tan eficaces, como la historia nos recuerda. Una vez más vemos la facilidad con la que personajes de esta calaña aprenden y ejecutan los mismos pasos que en el pasado le dieron el dominio, la gloria y la catástrofe a nombres que duelen solo con nombrarlos. Y al mismo tiempo descubrimos la incompetencia de los demócratas de todo el mundo y de todos los colores para aprender y aplicar el uso de los antídotos necesarios. Ahí están, cargados con la mochila del poder, caminando al unísono Trump, Bolsonaro, Viktor Orban, Salvini, Boris Johnson… Es el péndulo que se desplaza, dicen los más pragmáticos, tan conformistas como miedosos. Y se extiende como una mancha de aceite el nuevo calificativo: derecha radical.
Exacto. La prudencia y la propaganda inducida no se atreven con las viejas denominaciones, con tanto orgullo lucidas en el pasado: fascismo, nacismo, ultraderecha, falanges, nacionalsindicalismo, democracia orgánica… Procuran que semejantes paternidades pasen al olvido, que no formen parte de los anales de los horrores modernos. Los impulsos de estos nuevos dirigentes amantes del totalitarismo, del dirigismo populista, bien se cuidan de no mostrar las verdaderas raíces por donde reciben la vieja savia de su ser. Ahora se etiquetan derecha radical o derecha extrema. Y ahí los tenemos escalando cimas de la potestad con sus prácticas totalitarias y con el beneplácito o la complicidad de algunas otras fuerzas de derechas democráticas, temerosas de perder pie por su alergia a la izquierda y por el miedo a seguir perdiendo votos en favor de la cosecha del populismo de extrema derecha.
No es una anécdota aislada el enfrentamiento de Salvini con la democracia europea a la hora de cerrar fronteras y dejar morir náufragos en manos de las mafias. Ni la intención expansionista territorial de Trump tratando de comprar Groenladia a los daneses. Ni el beneplácito de Bolsonaro al ver arder la Amazonía, incendios beneficiosos para su política de deforestación de Brasil. Ni la irresponsable e insolidaria actitud de Boris Johnson en el divorcio del Reino Unido y la Unión Europea. Ni el oportunismo de tendero de Orban a la hora de hacer de guardia fronterizo contra las migraciones… No, todo esto, no es más que el mástil de una bandera, desplegándose poco a poco al calor de una crisis económica, destructora de las clases medias, beneficiosas para las grandes fortunas y aterradora para los sectores menos pudientes. Un caldo de cultivo extraordinario para generar un cambio reaccionario sobre el que edificar los nuevos populismos.
Estas semanas Salvini, Trump y Johnson han competido por los titulares más sonoros y por la invasión de la redes. Sus disparates políticos pueden parecer anécdotas de locos sin rumbo. Pero no nos confundamos, viajan en el mismo barco y saben a qué puerto quieren llegar. 

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