Opinión

Perdón, Diana

No me gustó la rígida imagen de los ocho mandos de la Guardia Civil, uniformados, cargados de condecoraciones, junto al Delegado del Gobierno, para dar cuenta de la aparición del cadáver de Diana Quer. ¿Qué pretendían con esa manifestación de fuerza? ¿Afirmar la solvencia de su trabajo en un caso que ha tardado un año y cuatro meses en ser resuelto por casualidad? ¿Demostrar que con el cierre en falso de la investigación no estaban concluidas las pesquisas? ¿Convencernos de que “el chicle” seguía en el punto de mira de los investigadores? Pues, sencillamente, no lo han conseguido.
Al contrario, han sembrados la sospecha de una impericia o impotencia que no se les supone a la Guardia Civil. Si realmente el sospechoso no estaba descartado, ¿a qué tipo de vigilancia estaba sometido para permitirse intentar un nuevo golpe la noche de Navidad en Boiro? De no ser por la habilidad de la víctima y la aparición de los viandantes, hoy estaríamos ante un nuevo caso Diana Quer. Ante la sospecha de la existencia un depredador en serie en la zona, que de todos modos está tomando fuerza. ¿Cómo pueden decir sin pestañear que no disponían de orden judicial para entrar en una propiedad privada en ruinas? ¿Por qué debemos creer que desde hace un mes estaban sobre la pista cierta con todo el dispositivo de vuelta a Madrid?
A la ciudadanía nos gustaría saber por qué este caso, de desaparición de una joven una noche de fiestas, ha alcanzado las cuotas de información a que ha llegado. Más de cuatro mil personas permanecen desaparecidas en España, de ellas más de una docena en Galicia. ¿Conoce usted algunos de sus nombres? Yo no sé de nadie. ¿Cuántas veces ha informado la Delegación del Gobierno sobre ellos? No recuerdo ninguna.
La desaparición de Diana Quer ha recibido un tratamiento mediático inusual e inoportuno. La impericia informativa, las apariciones y explicaciones detalladas del Delegado del Gobierno a lo largo de este tiempo, han alimentado y despertado la curiosidad morbosa de los medios de comunicación, sobre todo de los impregnados de amarillismo y sensacionalismo. Ante un vulgar y desgraciado caso de secuestro y muerte de la víctima se han aireado pistas falsas, se han revelado otras verdaderas capaces de poner en guardia a los sospechosos, se ha especulado con motivos personales y familiares sin ninguna base firme…
Diana Quer y su familia, además de víctimas de un canalla, han sufrido el escarnio público de un periodismo descarnado e irresponsable. Un periodismo -¿debemos calificarlo así?- más preocupado por las cuotas de pantalla, la venta de ejemplares o el alcance popular en las redes, que por transmitir solvencia y serenidad, ante sucesos que rompen la paz ciudadana y la anestesian frente a tragedias como la de Diana Quer. 
¿Si no hubiera existido la indiscreta pulsión oficial por insistir en la investigación, se habría gastado tanta tinta y saliva en el suceso? Probablemente no. Por tanto, queda pendiente una explicación solvente de las autoridades sobre su actuación. Queda un propósito de enmienda de los medios y queda que todos cuantos inducidos sentimos curiosidad por la tragedia pidamos perdón a Diana por cometer tantos errores.

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