Opinión

Mi amor a Renfe

Sabe usted que de Compostela sale un tren para Madrid a las 05,10 h de la mañana y que las taquillas de RENFE no abren hasta las 06,00 h? Mi amigo Modesto, que el pasado miércoles pretendía viajar a Zamora, lo descubrió atónito al llegar a la estación. Ese día fue bastante aciago para los pasajeros con destino y regreso entre la capital de España y Galicia. Algunos trenes se movieron con más de cuarenta minutos de retraso sin que los perjudicados obtuvieran ningún tipo de información y no sé si compensación por los inconvenientes. A mí me tocó de cerca.
¿Sabe usted que si desea viajar en el combinado Madrid-Santiago y viceversa, haciendo transbordo en Ourense, no le sirven billetes en Preferente aunque los vagones vayan vacíos y los de Turista repletos? Asómbrese al comprobarlo. El pasado miércoles yo me resigné a esa práctica, que ya conocía, con la intención de llegar a mi casa sobre las diez de la noche. De Chamartín salimos con absoluta puntualidad, sin embargo al acceder al convoy, casi como una confidencia al pasar por el control, a persona por persona, se nos indicó que en Zamora habíamos de cambiar de tren. Una práctica no habitual. ¿Razón? Conseguí averiguar que viajábamos con una máquina eléctrica no apta para continuar por las vías antiguas. En la estación zamorana tuvimos que aguardar casi una hora por el tren que venía de A Coruña. Más de cincuenta minutos de cabreos de unos, bromas de otros, resignación de los más. Una simpática monfortina, que viajaba a mi espalda, se culpaba: “Soy gafe para los trenes, la última vez que me subí a uno fue en Polonia, un tipo se suicidó tirándose a la vía y allí nos quedamos esperando el rescate en medio de la nada”.
En Zamora el caos eran los niños llorando, la impaciencia de quienes perdían sus destinos o compromisos, la impotencia del paciente revisor para suplir el trauma generado por una desastrosa planificación superior. Cuando llegó el tren de A Coruña-Madrid, los viajeros de uno y otro nos mezclamos en el andén para realizar el cambio. Desconcierto absoluto, ancianos arrastrando equipajes a duras penas, la señora que casi rueda por los suelos, la joven que había olvidado el móvil y de vuelta a su asiento remolcaba dos maletas inmensas, el desorden de la numeración de los vagones… La imagen del intercambio fue la de un hormiguero trastornado.
Es curioso, el conflicto sirvió para desatar las lenguas y la solidaridad entre quienes viajábamos, al continuar el camino se formaron corrillos y corrieron las anécdotas, las protestas, las impresiones y coincidencias. A otra señora y a su hija, vecinas de El Calvario de Vigo, les gustaba la literatura, la música y denostaban la suciedad de Madrid. Un jubilado no se sentía responsable de la destrucción del planeta, el de pelo blanco aseguraba tener tan buena vista como un murciélago en la noche… Somos un país con una gran capacidad de civismo frente al abuso y la incompetencia, no hay duda.
Llegamos a Ourense sin posibilidad de trasbordo al ALVIA que viene de Barcelona. ¿Solución? El autobús, aunque tengas alergia a ese transporte y te veas obligado a viajar como sardinas en lata. Llegada prevista en el billete, las 21:58 h. Descendimos del bus a las 23:26 h. Muchos aún continuaban para A Coruña. Yo, que amo el ferrocarril, que en mis cuentos y novelas el tren está presente y juega papeles importantes, el miércoles llegué a casa con el mismo desengaño de un amante despechado en medio de la madrugada.   

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