Opinión

La Ruta de la Plata

El ferrocarril está pegado a mi vida como los cromos de los álbumes infantiles. Nací en una ciudad con estación de tren, hijo de un padre ferroviario que acabó colgando el uniforme para vivir otras aventuras. Los trenes están en mis cuentos y novelas con empecinada insistencia. Me gusta viajar en los de todo tipo y velocidades, siento sus pieles como partes de la mía y me apasionan sus historias, el devenir de sus tiempos y me duele cuando no se valora su importancia y cuánto han representado para el progreso de nuestra sociedad moderna.

Hace unas semanas el ministro José Luis Ábalos inauguró un nuevo tramo de la conexión de Galicia con Madrid, el que va de Zamora a Pedralba de la Pradería, que nos acorta el tiempo entre Santiago de Compostela y la capital de España en casi una hora. Aunque la noticia lo merecía, apenas se ha quedado en resaltar el descuento de tiempo y la consabida crítica a la lentitud de las obras, que la ministra Ana Pastor ralentizó con la excusa de la crisis de 2008. Ahora, con otro signo político, pisoteados por otra crisis sanitaria y económica, el AVE sigue avanzando y nos congratulamos de que, gracias a él, Galicia “estará menos aislada del mundo” como ha dicho algún político.

En paralelo he descubierto en las redes un grupo de entusiastas peleando para que las viejas vías de la Ruta de la Plata vuelvan a ser el camino de hierro y comunicación, no radial, que desde 1896 unían Gijón con Sevilla. Y también rompían la incomunicación gallega con el sur, además de, vía Astorga o Zamora, conectar con los caminos del norte. Me enfadé cuando en las Navidades de 1985 un ministro socialista cerró esta línea que nos permitía enlazar Galicia con Asturias, León, Zamora, Salamanca, Cáceres, Badajoz y Andalucía, sin pasar por Madrid. Las mercancías y los puertos de Vigo o A Coruña se beneficiaban de esta comunicación, clausurada por razones que nunca nadie entendió. Entonces publiqué artículos hablando del error y miopía de quienes lo propiciaron, me pidieron y di algunas charlas sobre la historia e importancia social y económica de la Ruta de la Plata ferroviaria. El tiempo me ha dado la razón pero no ha revertido el desastre.

Durante siglos fue una senda de comunicación pensada y usada por los romanos, por los ganados de la trashumancia, por los pendencieros medievales, por la Orden de Santiago, por el Priorato de San Marcos de León para cobrar impuestos… La unión natural de norte a sur por el oeste peninsular. Ahora la Ruta de la Plata es un Camino de Santiago en permanente crecimiento y reivindicación cultural y turística. Es una magnífica autovía libre de peaje, las líneas de autobuses han substituido las del tren pero no su seguridad y comodidad. Las mercancías circulan por carretera agrandando la contaminación ambiental. Algunos tramos de vías se han reinventado como rutas verdes, otros duermen en la desidia y las estaciones intermedias ven como sus edificios agonizan.

Existen unos pocos tramos aún vivos, por los que circulan trenes de viajeros lentos, como cansados, o de mercancías no perecederas, usando los mismos raíles del siglo XIX, con traviesas de madera sobre las que el traqueteo resulta ser la música nostálgica de un tiempo remoto.

Si queremos que Galicia esté realmente “menos aislada del mundo”, ahora que se está cumpliendo el sueño de ir o volver de Madrid como quien da un paseo para tomar café, es la hora de unirnos, política y socialmente, a la reivindicación de recuperar La Ruta de la Plata ferroviaria. ¿Alguien recoge el guante?

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