Opinión

La filosofía y la luz

En los viejos planes de educación, la asignatura de filosofía era para los no universitarios una especie de arcano que, siendo de letras por inclinación y sentimientos, temíamos y soñábamos alcanzar. Sí, las dos sensaciones, temor y esperanza, iban unidas por la ignorancia. Creíamos que esa materia nos obligaría a ejecutar complicadas ecuaciones mentales, acumular teorías históricas innecesarias o luminosas, entablar debates bizantinos o prácticos… 
Una ambivalencia, he calibrado muchos años después, natural consecuencia de la pedagogía opresiva con que se nos educó y enseñó. Después nos sentimos orgullosos de aprender filosofía.
He pensado que su estudio en las aulas bajo la dictadura franquista fue subliminalmente estigmatizado sin atreverse a abolirlo. El conocimiento de los filósofos y sus teorías abría puertas y ventanas hacia paisajes muy alejados del nacionalcatolicismo vigente y eso resultaba una peligrosa sementera. Mi primer profesor de la materia se llamaba don Dámaso y en las aulas corría el rumor de que había sido boxeador y depurado por el régimen. Al presentarse, el primer día de clase escribió en la pizarra una sentencia que tardamos en asimilar:
“Si buscáis la luz, la filosofía os guiará por el buen camino”.
Don Aquilino, el sacerdote maestro de religión, se apropió de aquella frase para acusar a don Dámaso de pertenecer a la perseguida masonería, además de tildarlo de republicano irredento. A sus alumnos acabó pareciéndonos un ser de una sabiduría irrompible y de una humanidad extraordinaria. Su filosofía de vida consistía en alcanzar la luz del conocimiento diverso y universal, sin despreciar ni a nada ni a nadie. 
Aquel retablo del filósofo, el cura y sus asombrados alumnos ha progresado en nuestro tiempo, en detrimento del primero y mantenimiento de la protección del segundo, plasmado en la esperpéntica Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa (LOMCE). Una norma cuyo enunciado se contradice con el contenido y donde la asignatura de filosofía se ahoga mientras la de religión se impone contra toda lógica legal y moderna.
De casi nada valen las protestas de los filósofos, del profesorado, de los artistas y de algunos sectores políticos, como es el caso de la plataforma-encabezada estos días en Compostela por Carme Adán y Eva Garea-, que ha presentado en el Parlamento gallego una Iniciativa Legislativa Popular (ILP) para pedir un debate alrededor de la filosofía en la enseñanza. No tardarán en responderles que esa asignatura no crea puestos de trabajo, ni genera plusvalías, mientras impartirla cuesta equis millones de euros, necesarios para otras materias más prácticas. Y además “el fomento del pensamiento crítico”, que le suponen los ponentes, solo produce dolores de cabeza a los poderes establecidos.
Mal síntoma este de una nueva abolición anunciada en el campo de las humanidades, como sucedió con el latín y el griego. Quizás luego vengan la literatura y la historia y las lenguas minoritarias…
 ¿Para qué buscar la luz, don Dámaso, con lo bien que se duerme a oscuras?
 

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