Opinión

Errando el tiro

Sólo una vez en mi vida fui a una cacería. Andaba escribiendo una novela en la que la vida de un cazador tenía una importancia vital para la trama. Me interesaba conocer el ambiente, las conversaciones de los cazadores, los entramados políticos y empresariales, cómo corría el dinero y, sobre todo, ese atávico placer de cobrar una pieza, de matar. Aprendí lo suficiente como para no volver pero saqué curiosas conclusiones. Una, la tremenda división de clases entre aquellos cazadores ricos y quienes les servían. Dos, el despilfarro tan descomunal de energía y dinero para presumir de falsos triunfos. Y tres, la perfecta organización dentro de unos esquemas ancestrales. En definitiva, la clara representación de una sociedad vieja y anacrónica.
Supe que una cacería de postín debe contar con expertos ojeadores. Son más importantes que una escopeta de marca y su labor demuestra que disparar no tiene mayor mérito. Constaté que el peloteo al anfitrión crea escuela y cierra suculentos contratos, aunque sea un perfecto idiota con dinero o poder. Y descubrí una total ausencia de lealtades entre los asistentes, aunque se llamaran amigos. ¿Y este recuerdo a qué viene? Misterios de la mente creativa, porque mi intención hoy era escribir sobre los fracasos de Pablo Casado. Al pensar en sus últimos tropiezos lo he visto en el amanecer de aquella cacería, rodeado de señoritos, escogiendo ojeador y poniendo a punto la escopeta antes de contemplar la salida del sol, tras desayunar unas migas con ajos, chorizo y café.

En la visión, Casado se me antojó el anfitrión de la partida. Diseñaba la estrategia con la que dar caza a un zorro astuto que, sábado tras sábado, le hacía errar el tiro. Naturalmente en cada ocasión la culpa caía sobre el batidor de turno, antes de autoproclamarse como el tirador más diestro. Los aplausos de la concurrencia no se hacían esperar. Nadie se atrevía a hablarle de su impericia, ni de los bandazos yendo de una idea a la contraria, disparatando sin ton ni son.

Desde que llegó al poder, Pablo Casado se ha pasado las cacerías errando el tiro. Sus fracasos pueden contarse por semanas, no sólo en las urnas sino también en el ejercicio de la oposición. Ha convertido la vida política en una montería, donde no consigue cobrar ninguna de las piezas a las que dispara. Como en el pasado -Aznar jugó a manipular el terrorismo de ETA-, Casado ha intentado la misma maniobra con la pandemia. Y se ha descalabrado hasta el punto de tener que prescindir de su ojeadora principal. Como otrora el viejo PP y sus palmeros utilizaran el tropiezo de FILESA contra el PSOE, ahora la jugada la resucitan contra UP con un calco casi idéntico. Pinchará en hueso.
El intento de romper el liderazgo de Sánchez, utilizando el Gobierno de la Comunidad de Madrid, le ha estallado al final del confinamiento con el negligente brillo de Isabel Díaz Ayuso. El deseo de parapetarse tras la templanza de Feijoo se le ha deshecho como mantequilla entre los dedos y ha corrido a levantar las banderas municipales de Martínez-Almeida y Cuca Gamarra, a quienes desgastará sin remedio en el próximo capítulo del debate sobre los presupuestos generales. He ahí la nueva batida de la cacería. Después del error, al intentar que Europa no viniera en auxilio de España, parece que seguirá disparando contra la economía del país, hasta quedarse sin munición.

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