Opinión

El negocio del pánico

Cuentan que un traumatólogo de un hospital público de Málaga fue sorprendido con las manos en la máscara. Aunque la noticia ha sido confirmada por el Servicio Andaluz de Salud, no ha trascendido la identidad del doctor y se desconoce si tiene antecedentes en el oficio de desvalijar el centro donde presta sus servicios. Han confirmado que el galeno trataba de sustraer una docena de cajas conteniendo unas trescientas mascarillas protectoras contra las enfermedades contagiosas, como es el caso del coronavirus que estas semanas anda paseándose por el mundo. Sabemos, sí, que son de alta calidad y, por tanto, las más eficaces contra bacterias y virus. Conocemos, sí, la confesión del presunto delincuente, quien ha dicho que el destino del alijo eran los vecinos de su ignoto pueblo. Sospechamos, sí, que ante la creciente demanda del producto había maquinado un negociete para venderlas bajo cuerda. 

Nos alegramos de su fracaso pero no podemos dejar de ver en esta actuación un síntoma de la irrupción de la picaresca y de los negocios que el pánico puede favorecer en nuestra sociedad. La fabricación y venta de mascarillas protectoras parece el más interesante. Una empresa española ha cuadruplicado su producción, a destajo durante veinticuatro horas, sin conseguir cubrir la demanda nacional e internacional de su producto. Hay farmacéuticas, como las elaboradoras de test para detectar el virus, o las que investigan la creación de vacunas contra él, cuyos valores en bolsa se han disparado al alza mientras las acciones de algunas cadenas hoteleras o compañías aéreas no dejan de caer. No importa que desde Emergencias Sanitarias se considere innecesario el uso de mascarillas, en las farmacias de media Europa se han agotado. No importa que en los hospitales de referencia tengan los métodos adecuados para identificar el mal, cualquier hijo de vecina puede comprarse un kit de detección de virus sin necesidad de receta ni molestarse (peligrosamente) en ir a su centro médico. 

El universo de la hipocondría está de fiesta. Noticieros de toda índole y páginas de periódicos de todo el mundo abren y cierran con noticias sobre las vicisitudes del coronavirus. Ya he publicado mi sospecha de que podamos estar ante una guerra biológica y comercial internacional. No soy el único indocumentado que lo airea. También he manifestado alguna vez mis sospechas sobre el funcionamiento del comercio de las vacunas anuales contra la gripe común. Estos días escucho con demasiada frecuencia a tertulianos de todos los colores, sin ninguna capacitación sanitaria, disertar sobre pandemias, epidemias, apocalipsis, prevenciones, pronósticos, causas, efectos, comparaciones… desatando un alarmismo que ayuda, naturalmente, al aumento de las audiencias tan beneficiosas para el negocio de la publicidad de los medios donde predican.

El pánico generado por el virus está ahí, lo hemos adoptado incluso contra nuestra voluntad. Ha descompuesto el normal funcionamiento de la vida, desde lo cotidiano hasta los más altos programas feriales, deportivos, industriales… pero lo absorbemos procurando negociar y obtener beneficios económicos a diestro y siniestro. O hasta réditos políticos, pues ya vemos cómo Pablo Casado no ha tardado un santiamén en acusar a Sánchez de “negociar con el virus independentista”. Otra irresponsabilidad viral.

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