Opinión

El cuento de Aguirre

Es la tercera vez que Esperanza Aguirre conjuga el verbo dimitir. Se escapa de nuevo perseguida por el escándalo, que la acosa desde el tamallazo, pero ahora nadie la contratará como cazatalentos. Esta tercera caída de la poderosa líder madrileña parece superar en importancia y alcance a la causa de su dimisión, esto es, a las redes de corrupción tejidas bajo sus mandatos.
Propios y extraños hablamos y analizamos la decisión en foros y tabernas, unos desde la naturalidad, otros como la lógica salida de una muerte anunciada, algunos/as rasgándose las vestiduras. Pero siempre teniendo como telón de fondo la aceptación de la corrupción como una enfermedad endémica de su partido. De este modo lo extraordinario no es que Ignacio González, su hermano, los cuñados, la hermana, la mujer, el mayordomo y la señora de la limpieza hayan puesto en escena una suerte de “La venganza de don Mendo” donde morirá hasta el apuntador con los bolsillos llenos. Lo insólito es, nuevamente, el paso –ahora de cuento desesperanzado- de Esperanza.
Lo sorprendente de esta política dimisionaria está en el halo, que aún desprende, de permanecer limpia de pecado. Hay otros significativos ejemplos en nuestra historia de poderosos, a quienes nunca nadie ha pillado con la mano en la caja, mientras su entorno, gracias a su sombra protectora, la saqueaba con impunidad y alevosía. Esperanza otra vez hace mutis por el foro vanagloriándose de poder tirar la primera piedra. ¿Es creíble? Francamente no, pero nadie es capaz de poner sobre la pantalla un dato, una cifra, una sospecha, una mancha contra la “inocencia” de sus intereses personales. 
En ese escenario campa el cinismo con la alegría de una noche de fuegos artificiales. Un juego que le permite a la dimisionaria proclamarse víctima de una charca de ranas, a quienes siempre escuchó cantar sin detenerse a mirar el lodo en el que posaban sus ancas. ¡A mí que me registren!  Increíble pero más habitual de cuanto pudiera pensarse. ¿O acaso no hemos asumido desde 2003 el tamallazo como un suceso político natural mientras ella recibía aplausos y votos? ¿No está en aquella jugada el germen corrupto de cuanto ha vendido después? El grano de mostaza, de semejante contubernio y tránsfugas, es hoy el gran árbol que sombrea al PP de Esperanza Aguirre. No hay duda.
La compra de los votos socialistas de Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez nunca fue castigada. Bien doblados los folios del suceso se guardaron en la caja fuerte, con la certeza de que nunca conoceremos quién pagó y cómo, aunque el por qué fuera evidente. Si en aquel momento, suponiendo que fuera inocente de la trama, Esperanza Aguirre cerró los ojos para qué iba abrirlos después. ¿Qué podía importarle el enriquecimiento de sus manos derecha e izquierda, de los peones sobre los que sustentaba su poder, de las altas torres que guardaban su feudo, de los caballos que pisoteaban a las fichas contrarias? Segura en su casilla, la reina de las ranas era feliz soñando con un trono más alto en La Moncloa. Hasta la tercera caída. Pero, colorín colorado, este cuento no ha terminado.
 

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