Opinión

Confrontación irracional

Mis tertulianos del café están escandalizados. El espectáculo de la nueva investidura de Pedro Sánchez les ha debilitado la moral y la confianza en quienes representan el poder legislativo, tanto por la desmedida confrontación como por cuanto aconteció dentro y fuera de las Cortes. Por los juegos de bandoleros de Sierra Morena, por los intentos de trampear con cartas marcadas, por las apropiaciones indebidas de los símbolos de España y por la ocultación de las tres derechas de sus deseos de provocar otra repetición de elecciones, haciendo fracasar al candidato ganador del 10-N y, por tanto, encargado por el Rey de formar Gobierno conforme al artículo 99 de la Constitución. Dice la vecindad, y afirmo yo, que todas las personas elegidas para ocupar escaños, desde el extremo de EH Bildu hasta el extremo de Vox, se sientan allí con la misma dignidad, prerrogativas y obligaciones. Ni las ideologías, ni el color político, ni las intenciones respecto de nuestra convivencia general o cualquier otra intención les invalida para exponer, dialogar, votar y fracasar o triunfar en cualquier intento ejercido democráticamente dentro de las leyes. Toda representación salida de las urnas es legítima.

Por tanto yo, con una gran parte de la ciudadanía de a pie, me pregunto hasta dónde son lícitas las desmesuradas estrategias de confrontación que padecemos. Gobernar y oponerse no es un pugilato si se enfrentan limpiamente las ideas, las propuestas e, incluso, los intereses partidistas. Pero esa educación política está siendo ahogada en el sin sentido de la lucha cainita por el poder. Una situación generada por la atomización parlamentaria, en buena medida, y por la irresponsable ofuscación de las derechas. La transformación del panorama electoral es, históricamente, insólito. Hemos pasado de la tradicional fragmentación de las izquierdas a su concierto. Y del monolítico proceder de los conservadores a una peligrosa división, que ha dejado huérfano el centro-derecha ideológico y le ha abierto las puertas a la extrema derecha, que parecía perdida en las tinieblas del pasado.

Apesadumbrados, muchos de mis contertulios votantes del PP temen que esta deriva de Pablo Casado acabe por conducirlos a las cavernas, confundidos con las proclamas de Vox. No confían y temen la consecución del propósito de unir los tres partidos, contando con Ciudadanos, bajo el mismo techo. Casado, a poco que la oportunidad se lo brinda, tiende en exceso a parecerse a Abascal, desnaturalizando la trayectoria del PP prudente y dialogante fundado por Manuel Fraga. Y se lo está poniendo muy difícil a Núñez Feijoo –única autoridad de los moderados- ante las elecciones autonómicas de este año. En todas las recientes convocatorias lideradas por Casado, Feijoo ha sentido en el cuello el aire del triunfo del PSdeG de Gonzalo Caballero y es evidente que no le apetecería en absoluto depender de Vox para seguir presidiendo la Xunta.

El Galicia ya hemos entrado en el camino efectivo de la campaña autonómica ¿En qué medida va a influir el buen o mal funcionamiento del Gobierno de coalición de Sánchez en el resultado gallego? Es la pregunta que anida en los temores del PP y en las ilusiones del PSdeG y sus posibles coaligados, BNG y En Marea, quienes han dado su voto a Pedro Sánchez, en una evidente muestra de concordancia. Esperemos que esta campaña, bajo la alargada sombra de Casado, no discurra por los senderos de la irracional confrontación.  

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