Opinión

Banderas y banderías

Jamás arriesgaré mi vida, ni la de ningún ser querido, por defender una bandera. Es más, no recuerdo haber enarbolado nunca ninguna, y ni siquiera juré fidelidad a la franquista cuando tuve que vestir obligatoriamente, por imperativo de la ley, el uniforme militar. Sí, ya sé que se trata de un símbolo. Y sé que todas las sociedades necesitan de los símbolos para crear cohesiones y fidelidades a los objetivos comunes. Quizás, precisamente por eso, cuando los estandartes se transforman en insignias de las banderías internas, me indigno y lamento la falta de sentido de lo común de quienes las utilizan partidariamente creando enfrentamientos tribales.
Hoy, 12 de octubre, la bandera constitucional española es noticia, como en la misma fecha lo fue durante cuarenta años su travestida predecesora, enseña de un régimen indigno, por la que hubo quien dio su vida o mató. Visto con la perspectiva del tiempo, ¿no les parece un absurdo despropósito? ¿Valdrá la pena caer en el mismo error con esta o cualquiera otra de las representantes de nuestra comunidad o de nuestra ciudad o del equipo de fútbol local? Mi respuesta es un evidente y rotundo no.
Pues bien, hoy es el día de la bandera de España, teóricamente de toda la ciudadanía española. El símbolo está de fiesta, aunque se trate de una celebración devaluada porque una parte de la sociedad esconde o repudia esa bandera mientras otra se proclama propietaria exclusiva de ella. La amarilla y roja del Estado español ya no sólo no unifica sino que es objeto de disputas con las hermanas de algunas comunidades autónomas. Todas se han convertido en insignias de enfrentamientos cuando, en buena lid simbólica, debieran ser democráticamente complementarias.
El PP de Pablo Casado, como ya lo hizo el de Aznar, se ha proclamado guardián de la bandera española y en vísperas de la fiesta salió a la calle regalando ejemplares para colgar en los balcones. Ha resucitado aquel antiguo “día de la banderita”, cuando las señoras de mantilla, niñas y niños de los colegios públicos y religiosos, el 12 de octubre recorrían pueblos y ciudades poniendo en pechos y solapas las banderillas con la divisa “roja y gualda”. Pinchazo al que nadie debía negarse so pena de ser tildado de no adicto al régimen. Ahora la bandera de la derecha casadista ha aumentado, no cabe sobre una pechera, ha de colocarse en los balcones, en todas las fachadas del país, tal como sucede con los lazos amarillos de los independentistas catalanes. 
Con un acentuado espíritu de liderar una bandería, los conservadores se suelen proclamar defensores de la unidad de España apropiándose del símbolo de la totalidad. Renuevan un espíritu totalitario y contradictorio con cuanto la bandera debiera significar. Esto es, representación de la diversidad de los pueblos del Estado, de sus lenguas y culturas, amparo de todas las ideologías –al margen de las lógicas confrontaciones democráticas-, respeto a todas las creencias… Por lo que yo aconsejaría a los ideólogos y creativos del equipo de Pablo Casado cambiar el escudo constitucional de la bandera oficial, que regalan, por la gaviota del PP. Representaría mejor sus ideales, ofendería menos a la totalidad y a quienes todavía son capaces de creer y dar la vida por lo que simboliza esa bandera, sin ser de derechas. 
 

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