Opinión

Alta y baja política

Todo cuanto sucede en la alta política española ha llegado a este presente convertido en agua de cloaca. Y no es una cuestión, ya lo vemos en los procederes de los recién llegados, de derechas o de izquierdas, de arriba o de abajo, de nueva o de vieja política. Tampoco, como muchos bienintencionados sueñan, se reduce a la contaminación de un tiempo de bonanza. A poco que arañamos la historia nos encontramos precedente y sagas aleccionadoras. Por poner ejemplos presentes, ahí está la familia Rato (el abuelo, el tío-abuelo, el padre…), o el culebrón de los Pujol (los hijos, el matrimonio, el abuelo), cuyas honorabilidades económicas están plagadas de sombras y barrotes relacionados con el ejercicio de la alta política.
La diferencia entre el pasado y el presente –que diría mi profesor de ética- es que ahora no hay que dar cuatro cuartos al pregonero ni poner pasquines en las esquinas. El cuarto poder, ese que Montesquieu no imaginó, ha logrado–con sus imperfecciones y servidumbres- ser la ventana por la cual asomarnos a los salones y parlamentos.Pero, en medio del nuevo entramado público, el tercer poder también se ha hecho visible –con sus aciertos y miserias- descubriéndonos que el velo de la justicia no se usaba para permanecer ciega sino oculta.Y planeando sobre todas estas miserias nos hemos encontrado el aceite que movía todos los motores: la economía y sus pecados capitales. 
La globalización del conocimiento –del que nadie habla- no nos ha hecho más libres ni más poderosos.Con tanto conocer, cada día nos dan los instrumentos necesarios para fomentar un gran mundo de escépticos donde los octosílabos de Quevedo –Poderoso caballero es don dinero- se han convertido en el catecismo de mayor circulación. “Madre, yo al oro me humillo / él es mi amante y mi amado” parecen llevar impreso nuestros representantes en todos los organismos internacionales, donde los mercados mandan, “pues que su fuerza humilla/al cobarde y al guerrero”. Que le pregunten sino a Grecia y a sus revolucionarios de nuevo cuño.
Pero no nos vayamos tan lejos. Con mirar los titulares de hoy o de ayer, en los cuales el trapicheo con los presupuestos generales del Estado nos ofrece la mejor visión posible del ejercicio de la política imperante. Hemos llegado, incluso, a la desfachatez de pretender evitar el debate de las enmiendas presentadas por la oposición, algo que no había sucedido nunca, ni bajo las mayorías absolutas más opresoras.De este modo, la alta política económica, la que debiera retratar el verdadero signo del Gobierno, se sumerge en la servidumbre del contable con visera y manguitos, al servicio de míster Scrooge, sin un trozo de pan que llevar a la boca de sus hijos.
Con esta filosofía, parlamentaria y económica, cómo pretenden convencernos de que están luchando contra la corrupción de la baja política. ¿Esa es la limpieza prometida por Ciudadanos? ¿Ahí está el valor de los nacionalismos vasco y catalán? ¿Valdrá para algo una moción de censura de un partido en minoría? ¿A dónde nos lleva este callejón tan antiguo?
 

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