Opinión

El ocaso del bisonte

El fuego interior que mi amiga Susana sintió cuando vio la imagen del esbelto y brioso Jake Angelie en el asalto al Capitolio, se apagó de golpe cuando tras el fragor de la batalla le hicieron la primera entrevista sin su gorro de cuernos. La libido se le cayó quedando a los pies del bisonte americano, que estuvo al borde de la extinción por culpa de la voracidad de una América que crecía a costa de sus propias raíces y que el seis de enero quiso ser grande otra vez por la fuerza y por error.

La cabeza de bisonte, el pecho palomo descubierto y la energía con que enarbolaba la bandera el Lobo de Yellowstone, despertó en Susana una libido que ni ella supo explicar, un deseo inconsciente que ni siquiera Grey y sus sombras supieron encender. Lo mismo que le ocurrió a Trump, que tocó el éxtasis ante una muchedumbre de compatriotas más brutos que una estampida de búfalos a sus pies, a los que –pareciéndole que no iban ya bastante calentitos- arengó para salvar Estados Unidos.

De ahí al segundo Impeachment del Presidente, cuatro días. Con las maletas en el hall de la Casablanca, lejos de marcharse sin hacer ruido, Trump se enfrenta a un nuevo juicio político que ningún otro mandatario americano tuvo que afrontar dos veces, en 231 años de democracia. Dicen que tal ignominia le ha puesto de morros, otra vez. No cabe duda de que Donald Trump es historia de Estados Unidos. Lo sería simplemente por su propia trayectoria empresarial, pero con mayor motivo por presidir la nación más poderosa del mundo con su estilo personal, pretencioso y agresivo. Ahora, el asalto al Capitolio que no quiso evitar supondrá para él una salida vergonzante de la política y un repudio general a su emporio empresarial. Se ha cubierto de gloria. 

Todo por un calentón, como el de mi amiga Susana, encandilada por un pecho descubierto, unos cuernos y una bandera que, tras la primera embestida, perdió fuerza, falló el clímax y llegó al fin el flácido ocaso del bisonte. 

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