Opinión

La España de las tentaciones

El programa “La isla de las tentaciones”, de Mediaset, está arrasando tanto en televisión como en redes sociales. Los desmadres de las cinco parejas en crisis recluidas en una isla del Caribe para sacar provecho mediático de su naturaleza lasciva y concupiscente, acaparan una media del 22 por ciento de cuota de pantalla, y supera incluso el 42 por ciento entre los más jóvenes y adolescentes. Lejos de reforzar la relación en peligro, las hormonas con patas que son los concursantes, hacen imposible no sucumbir a las continuas sugestiones e incitaciones sexuales subidas de tono que, junto con el calorcito caribeño, hacen buena la teoría de que la fidelidad no está en la naturaleza del ser humano. La manzana que ofreció Eva a Adán fue una tentación ridícula comparada con las húmedas ofrendas que se prometen en la isla. Lujuria nivel Dios.

Desde luego el programa es la demostración empírica de que la decadencia humana está servida desde hace tiempo y que no podemos más que empeorar como sociedad, teniendo en cuenta tanto a quien protagoniza “realitys” de este nivel cultural o moral, como a quien los sigue con fruición. Pero además es la prueba palpable del contagio que ejerce sobre el conjunto de la población, que como si de un peligroso coronavirus se tratara se extiende haciéndose dueño del país y provocando un reflejo político que deviene en una “España de las tentaciones”, donde el Gobierno lucha con escaso éxito por mantener a la vez varias relaciones sentimentales imposibles.

Ahora quedamos con Torra, ahora no quedamos y volvemos a quedar. Un titubeo como el de Sánchez puede poner en peligro cualquier relación amorosa, especialmente si acaba de comenzar llena de ilusión, haciendo dudar del compromiso de una parte de la relación y obligando -en ocasiones- a intervenir al hermano mayor o al padre, para poner las cosas en su sitio y restablecer el orden amoroso o institucional. Seguramente desde el cariño, Rufián le recordó a Sánchez con mimo que las relaciones hay que cuidarlas y que sin negociación el apoyo de ERC al Gobierno no se sostendría, lo que supondría la ruptura de una de las parejas más importantes en esta relación de poliamor.

Del mismo modo que en el programa televisivo, los ciudadanos con pocos escrúpulos asistimos como espectadores a este show desternillante en que se ha convertido la política española, expectantes del próximo embrollo sentimental entre los socios del Ejecutivo o de la reacción airada de celos de una oposición que se encuentra herida de desamor. En esta “España de las tentaciones” no queda casi espacio para una relación seria, sino más bien rollitos interesados, abrazos fugaces y noches locas que difícilmente cuajarán en una sólida historia de amor.

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