Opinión

Indíqueme el barranco

Tengo la sensación de haber llegado al inicio de estas líneas siguiendo las indicaciones adhesivas que me he encontrado en la calle. Al sol de julio, iba desorientado, medio asfixiado y con las gafas empañadas por el efecto vaho de la mascarilla, cuando me gritó despavorida una señora para reprenderme por haber abandonado el carril de ida marcado en el suelo con pegatinas fosforito. Al parecer, por donde yo andaba ingenuamente debía circular de vuelta, en sentido contrario. 

Salí de súbito de mi error y, con temor, busqué las señales que me permitieran cruzar al lado contrario sin encontrarlas, empapado de sudor. Casi paralizado por la angustia y azorado, conseguí pasarme de cualquier manera sin saber si estaría incumpliendo algún Decreto o Ley Orgánica que conllevara severas penas humanas o tuviera pésimas consecuencias divinas. Ya a salvo en la senda correcta, la mujer no dejó de seguirme inquisitiva con la mirada hasta que giré la esquina sin salirme de la fila.

Logré serenarme al fin al amparo de una terraza que se presentó ante mí como un oasis, donde pude quitarme la mascarilla para tomarme un café y observar la circulación ordenada de los transeúntes como autómatas en una cadena de producción mecanizada. Todos guiados por la nueva normalidad sin ser conscientes siquiera de que la manera más rápida de finalizar una guerra es perderla.

El covid-19 nos quiere ganar la partida y, lejos de rendirse, ataca con una segunda oleada que nos amarga el verano. No podemos refugiarnos sin protección ni en la playa, donde las pisadas en la arena de la orilla han desaparecido sin tener que ser borradas por el mar, porque nadie quiere pasear con la cara tapada al sol. No hay muchas opciones si quieres que la brisa marina refresque tu rostro: o te torras al sol, o te bañas o disfrutas de la sombrilla. A salvo de lo que ya ensalzaba Georgie Dann: el chiringuito, donde tendrás el tiempo y el espacio tasado y los precios subirán por ser reducto fugaz de libertad.

Las medidas de prevención y la lucha contra la pandemia son sin duda necesarias, aunque no todas inteligentes. Si la imposición de mascarilla en cualquier circunstancia y lugar se puede cuestionar pero asumir, poner adicionalmente pegatinas en las calzadas o en las playas para que no nos salgamos del redil se parece mucho al sometimiento. No nos conviertan en borregos, porque el virus –se llame como se llame- ha venido para quedarse si es que alguna vez no estuvo aquí. Decía Aldous Huxley que la estupidez humana es producto de la voluntad. Busquemos un equilibrio entre la nueva normalidad o terminarán indicándonos el barranco por el que saltar. 

Te puede interesar