Opinión

Este nuevo sinvivir

Ese estado de ansiedad o desazón que nos asfixia cada día cuando ponemos la mascarilla es el nuevo sinvivir. Me despierto por la mañana con todo el sueño que he acumulado en toda el estado de alarma y me levanto como un autómata para ir al trabajo tras despedirme de mi mujer tele trabajadora a tiempo completo y mis hijos estudiantes autodidactas abandonados por sus profesores a la suerte del internet intermitente.

Salgo a la calle apurando en el ascensor el último trago de aire libre antes de colocarme la máscara que me transforma en esclavo del coronavirus tirano que nos somete. Veo pasar gente entre las brumas de un mundo que no reconozco y que se difumina a través de mis gafas empañadas. Paso media mañana al resguardo de mi despacho, acechando tras la puerta buscando los dos metros que me separen de cualquier compañero, zigzagueando de mampara en mampara para ir al cuarto de baño sin tocar pomos, casi levitando, para regresar apurado a la seguridad de mi gel hidroalcohólico. 

Absorto en mis miserias me despisto por un instante e irreflexivo salgo a la fotocopiadora sin protección para mi rostro, poniendo en peligro mi existencia y la del mundo que me rodea y provocando el aullido pavoroso de la chica de contratación que espantada retrocede violentamente cuatro metros y medio poniendo al descubierto un brío y agilidad desconocida en el sector de oficinas hasta el momento. “Inconsciente, loco, genocida” me dice; “a dónde vas sin mascarilla, que nos pones a todos en peligro”. No me atrevo a responder por si exhalo gotitas de saliva asesinas y por si en su forma de reprenderme se oculta la maldición de la parca o un pájaro de mal agüero.

No sé si azorado o excitado afronto el mediodía buscando el resguardo de la terraza con aforo abarrotado a la que consigo llegar con remordimiento pero poseído por el ansia de cafeína que es más fuerte que el temor a la Covid-19. El oasis de paz de esos minutos de café supera todos los miedos y precauciones, que se reactivan al salir fuera de los límites de la terraza donde te rozas saboreando el recuerdo de la proximidad afectuosa y cálida. Se acaba el tiempo y vuelvo a las caras tapadas, al mira pero no toques, no pruebes, no saborees. 

Vuelvo, volvemos al sinvivir. A la apatía. Al disfrutar ni a un tercio. Es como el paciente que acudió al médico para mejorar sus hábitos de vida y así prolongar su existencia. El doctor le pregunta si bebe, si fuma, si tiene sexo con frecuencia. A la respuesta negativa del enfermo el facultativo le reprocha –para vivir así- ¿para qué quiere vivir más?  Este nuevo sinvivir es vivir a medias.

Te puede interesar