Opinión

El club de la lucha

El Congreso de los Diputados se ha convertido en un Club de la Lucha en el que todo vale y donde los rivales se entregan apasionados a la pelea sin reglas dispuestos a gastar toda la saliva que sea necesaria y hasta escupirla para defender posiciones o mandar a la lona al contrincante político.
No es para menos, porque hasta al ser celestial más apacible se le ponen los pelos como escarpias y le entran ganas de dar hostias como panes –aunque sean verbalizadas- cuando escucha exabruptos excesivos y asiste a teatralizaciones catastrofísticas de algunos diputados con pocas razones y menores razonamientos. 
Esto es así: hay gente que te saca de quicio; con la que no puedes. Te da pereza hasta argumentar y te entregas a la violencia. Le pasa a Rufián con Borrell, y viceversa, aunque el diputado socialista es más comedido. El peón de ERC se entrega al orgasmo de la chulería desmedida interpretando el papel de mafioso que podría ocuparse de despertar a su oponente con una cabeza de caballo en la cama. 
Tal vez de ahí la fina respuesta de Borrell a la intervención previa de Rufián en la cámara, acusándole de haber esparcido una mezcla de serrín y estiércol, lo único que, según él, sabe hacer. Claro que Rufián es impermeable y cierra los ojos y abre los brazos en jarras para recibir el apoyo incondicional de su grupo, al tiempo que soporta orgulloso la reprobación sonora del resto de oposición. 
No puedo decir si estas trifulcas barriobajeras, pero también bastante comunes en la ajetreada vida cotidiana –por desgracia- son malas o, al contrario, sirven para poner el foco de atención de la ciudadanía en la vida política. De lo que sí estoy convencido es de que las tonterías de unos y otros nos llevan hacia donde decía todo un académico de la Real Academia de la Lengua Española –Fernando Fernán Gómez-: a la mierda.

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