Opinión

Consejo para el Consejo

Era de noche y, sin embargo, llovía. Con la expeditiva decisión de Sánchez de celebrar el Consejo de Ministros en LLotja del Mar el próximo 21 de diciembre, se juntan el hambre con las ganas de comer. El presidente del Gobierno ansía anunciar su propio “veni, vidi, vici” -como Julio César- y acuerda la reunión de su Gabinete en Barcelona con la normalidad de quien se repanchinga en el sofá de casa y pone los pies sobre la mesita de centro.
El Gobierno ha escogido Cataluña para presentar allí su mayor paquete de medidas sociales, que incluyen la subida del salario mínimo y otras acciones que entiende positivas para la mejora de la calidad de vida de españoles y catalanes, también mucho españoles aunque a algunos les espante. Si no quieres caldo, siete tazas Torra, pensará Sánchez, que confía en que acercándose más, conseguirá que su milonga para la aprobación de los presupuestos y, por qué no, el apaciguamiento del ánimo independentista irreductible, se compre por estos.
Y lo vende como un gesto de buena voluntad, que no ha gustado a los independentistas, vaya usted a saber por qué y –aún peor- ha supuesto la llamada de la Asamblea Nacional Catalana a colapsar la ciudad con sus vehículos –como mínimo- y el anuncio de sabotaje de los Comités de Defensa de la República, que darán la batalla contra el invasor, ahora y siempre.
Así, de los más de mil agentes destinados en un principio a la seguridad con motivo de este acto solemne, se ha pasado a nueve mil en pocas horas, entre mossos, policías, guardias civiles y guardias urbanos. Todo ello a falta aún de una semana. No parece que esta haya sido la mejor idea del año, a pesar de toda la legitimidad del Ejecutivo para celebrar la reunión del Consejo en la capital catalana, así como la cita con Torra, si éste accede al emplazamiento con el Presidente del Gobierno. Será más fácil si le invitan a merendar, que esta semana ha pasado un par de días malos, de ayuno en solidaridad con las huelgas de hambre de los políticos del procés en prisión.
Sánchez quiere ponerle el cascabel al gato, aún a riesgo de encontrárselo panza arriba o con un tigre y, aunque esta ocurrencia no tenga ni premio ni castigo, tendrá sin duda consecuencias. Mi consejo -que no suelo dar- es el de José Mota: si hay que ir se va, pero ir “pa ná” es tontería. Sánchez y Torra, Torra y Sánchez, sus ideas son como la carabina de Ambrosio, que no servía para nada.

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