Opinión

¿Tengo una teoría o una constatación?

Aunque todas las teorías son legítimas, la pandemia no llegó del ningún meteorito cargado de virus extraterrestre, ni es el efecto de las torres 5G, ni el resultado de una síntesis de laboratorio. Siendo plenamente consciente de que las teorías solo nos ayudan a soportar nuestra ignorancia sobre los hechos, prefiero quedarme en un terreno más comedido y doméstico, evitando sumarme al brillante aforismo del Nobel de Física (1922)  N. H. D. Bohr: “Su teoría es descabellada, pero no lo suficiente para ser correcta”.

Como primera premisa, me quedaría con la reflexión del doctor Pedro Cavadas del 30 de enero, cuando le cayeron de todos los lados al pronosticar la gravedad de la amenaza y manifestó: “Por simple evolución biológica, el ser humano tiene que sufrir en las próximas décadas una pandemia que diezme la población. Ha ocurrido en todas las especies desde hace cientos de millones de años y el ser humano no va a ser distinto. Eso va a suceder”.

En segundo lugar, hay de reconocer que la extraordinaria virulencia de la pandemia pondría contra las cuerdas a cualquier gobierno, de la latitud y color que fuese. Eso resulta incuestionable. Pero, otra cosa, es el retrato que día tras día va conformándose del gobierno al que le ha tocado su gestión en España, cuya medida estrella ha sido la más fácil, el confinamiento extremo de la población.

También hay que poner en primera escena la impúdica soberbia que demuestra el ejecutivo al no hacer ningún ejercicio de autocrítica al haber permitido la celebración de espectáculos deportivos, mítines y manifestaciones feministas, sabiendo lo que se sabía. El propio gobierno se jacta de que el confinamiento decretado el 14M ha salvado más de 16.000 vidas. Al oír esto, uno rápidamente ha de preguntarse cuántas vidas se hubieran salvado, entonces, de haber ordenado la reclusión una semana antes, el 7M. Según los datos de la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (FEDEA), que se ha ocupado de extrapolar los datos, se hubieran salvado más de 7.000 vidas. Es lógico, pues, dada la calaña de nuestra casta política, que eviten hacer esa autocrítica para cargar sobre sus espaldas tan pesada carga. Asumen que se les acuse de haber llevado a la muerte a miles de personas, que evidente no hicieron conscientemente, a reconocer su incompetencia al no haber previsto tal fatal posibilidad.

No solo es la clamorosa falta de autocrítica, si no que repudian cualquier crítica externa, que tachan de irresponsable, cuando la oposición no solo tiene el derecho, sino el deber de fiscalizar y controlar la acción del gobierno. También lo tienen los escasos medios de comunicación disidentes, a los que el vicepresidente primero pretende controlar para que haya “una sola fuente de información”, mientras se aprovecha del miedo y avanza, paso a paso, metódicamente, para conseguir una ciudadanía subsidiada, deshumanizada, acrítica, a la resulte fácil de manipular. 

Llegados a este punto, no soy capaz de enunciar una teoría, acaso por resultar ésta demasiado conspiranoide, pero tengo una constatación. Tenemos un gobierno arrogante, que prefiere mentir a reconocer sus errores; poco fiable, ya que es incapaz de actuar con anticipación, coordinación y eficacia cuando tiene obligación de hacerlo; superado e incapaz de saber cómo vamos a salir de esta situación; débil, tanto por apoyarse en fuerzas no constitucionalistas, como por no desprenderse de un vicepresidente que le quita el sueño.

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