Opinión

Spexit?

Transitaremos esta década con uno menos. A pesar de que nadie es imprescindible en la vida de nadie (lo contrario sería aterrador), la Unión Europea iniciará los años veinte sin uno de sus socios de referencia, en una decisión que resulta muy difícil de explicar pero no tan complicado de entender. La mayoría de los medios de comunicación, políticos y analistas, ven en la decisión un mal negocio en el que todos pierden. Entre otras cosas pero, fundamentalmente, el Reino Unido abandona la Unión porque su permanencia implica necesariamente la aceptación de las llamadas "cuatro libertades fundamentales": la libre circulación de trabajadores, mercancías, servicios y capitales; y el principal argumento de la campaña a favor de la salida fue que con el Brexit los británicos iban a "recuperar el control" sobre sus propios asuntos, en particular sobre sus fronteras, lo que permitiría un mejor control de la inmigración. Si el Reino Unido piensa que la Unión Europea no sirve para lo que realmente tendría que servir, lo que hace es anunciar que se marcha, con la mayoría del apoyo de su población.

Los complejos seculares ya nos hicieron claudicar ante el desmantelamiento de los sectores naval, pesquero, siderúrgico o lácteo. Si ahora el gobierno de España tuviera los bemoles de rebelarse contra el desprecio que ha supuesto que la burocracia judicial europea no atendiera a la petición extradición de un delincuente fugado de la justicia y dictada por un juez español, o que el Tribunal de Justicia comunitario avalase la inmunidad de Oriol Junqueras como eurodiputado, y amagase también con el abandono, a lo mejor nos tomaban más en serio. Un anuncio de “Spexit” por parte del cuarto país de la Unión significaría la puntilla definitiva al cada vez más tambaleante proyecto común. ¿Significa esto que no queramos ser europeos? Ni mucho menos; significa, simplemente, que deberíamos exigir que se nos tratara como europeos de primera.
Hoy por hoy, es un proyecto que dista mucho de sus principios fundacionales. La Unión Europea se ha convertido en un mastodóntico ente burocrático ahogado en un abstracto moralismo, muy lejos de varios de sus principios constituyentes. Aquellos que abogaban por respetar su identidad histórica, mantener íntegro el acervo comunitario y desarrollarlo, es decir, enaltecer el patrimonio que representa el conjunto de bienes morales o culturales acumulados por tradición o herencia; en su lugar, un retórico sentimentalismo parece dar el mismo valor a otras culturas, abiertamente liberticidas, y censura cualquier argumento o política que defienda su incontestable identidad como  motor de civilización. O aquellos otros que hacían concebirla como una unión jurídica supranacional de Estados asociados que ejercen en común una parte muy importante de sus responsabilidades y poderes para erigirse como motor económico y de progreso. 

Los que han rociado de gasolina la cerilla, no solo acusan a  Boris Johnson de haber jugado con fuego, si no que esconden su propia responsabilidad en el afloramiento de cada vez más euroescépticos.

Te puede interesar