Opinión

Perdón, de sexo: varón

En efecto, hombre. ¿Pude elegir? Me temo que no. Hemos de admitir, por tanto, que aunque no sepamos nuestra razón de ser, lo que sí sabemos a ciencia cierta, es que no somos lo que deseamos.
He pasado serenamente la cincuentena con el templado ánimo de no hacer el mal al prójimo y de ni siquiera desearlo. Sin embargo, es recientemente cuando me señalan, sin que medie un procedimiento judicial o sea respetada la presunción de inocencia, como un criminal agresor.
Y es que me ofende profundamente que hayamos permitido a no sé muy bien quien que, por nuestra mera condición sexual, se me estigmatice como delincuente de nacimiento, de género. Me denigra que se haya afrontado una terrible realidad social vulnerando, vía legislativa, la igualdad de todos los ciudadanos ante la ley, introduciendo el concepto de discriminación positiva para aplicar penas diferentes en función de si el hecho lo comete un hombre o una mujer (Ley de Violencia de Género).
De entrada, es un error llamar a cualquier violencia del hombre hacia la mujer violencia de género o violencia machista. El doméstico, el familiar, es un entorno en el que se convive, se educa, se manifiestan muchas emociones, se gestionan recursos económicos, existen cuadros de dependencia, … Todos ellos elementos que, en mi opinión, pueden contribuir a que, lamentablemente, pueda aflorar un tipo muy característico de violencia, que puede derivarse en física o psicológica. 
Desde este punto de vista, si existen circunstancias intrínsecas y diferenciadas de violencia que pueden surgir en este entorno tan específico, ¿por qué no llamarla violencia doméstica?
Por descontado que hay que perseguir, denunciar y castigar con toda la contundencia cualquier tipo de violencia que se produzca del hombre hacia la mujer (y viceversa), hacia los hijos y abuelos dentro en el entorno familiar. Pero también, rebelarse ante quienes, creyéndose en posesión de la legitimación moral, no quieren tratar a todas las personas por igual, independientemente del colectivo al que pertenezcan y retuercen el lenguaje imponiendo uno nuevo, absurdo, forzado, interesado, pero “correcto”, para más tarde intentar manipularnos socialmente.

(*) Economista.

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