Opinión

La hegemonía cultural

Ya conocemos la sede de la gala de los premios Goya de este año. Tras una larga deliberación, la junta directiva de la academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas anunció la elección de Málaga como sede de su ceremonia anual de entrega de galardones. Una patata caliente (o templada en vista de lo que cobran) para quienes tengan el arrojo de conducirla ya que, sin duda, ser presentador de los Goya se ha convertido en una profesión de alto riesgo. A falta de fecha definitiva, lo que ya es seguro podemos los titulares y comentarios del día siguiente: “ridícula”, “aburrida”, “patética”, “bochornosa”, … Eso, y que los protagonistas utilicen el momento para sus soflamas reivindicativas de turno: “no a la guerra”, “recortes”, “feminismo”, “iglesia”, “género”, … 
Algunos volverán también a reflexionar sobre las razones que explican que los artistas, los escritores o los músicos tienden a ser más de izquierdas que los notarios, los médicos o los banqueros, y por lo tanto sus reivindicaciones siempre apunten en una sola dirección, en un mismo sentido. La mayoría de las películas, novelas, canciones están alineadas de manera natural en la izquierda; y la izquierda, sus corrientes, partidos y políticos, sustentan esta alineación con una gran habilidad y talento desde hace siglos.
A alguien le resultará curioso analizar las circunstancias que han conducido a que el otro espectro político, la derecha en general, y la derecha española en particular, haya renunciado a estrechar sus vínculos con el ámbito cultural. No solamente en lo que pueda referirse a producción cultural, sino a algo más sutil, que quizá tenga algo que ver con la concepción de la vida en un sentido y sensibilidad más artísticos, o de asumir sin complejos la gran importancia que para el desarrollo de las ideas y la formación humana brinda la cultura; la cultura transformadora. Sin embargo, la han dejado en manos de la izquierda, que la ha atesorado celosamente viendo en ese favor una fecunda herramienta con la que gestionar la batalla ideológica, la conciencia social y el manejo del lenguaje. 
Cuando se ha intentado hacer una política cultural liberal-conservadora, o bien quien tenía que hacerlo desistió de ello, o simplemente, entendió el quehacer como una mera gestión económica. 
Sin haber hecho ninguna aproximación a las causas que puedan explicar este fenómeno, lo único con lo que se me ocurre es concluir con esta frase del dramaturgo Miguel del Arco “La cultura no es patrimonio de la izquierda o la derecha. Me parece una polémica completamente absurda. Es patrimonio del hombre y la mujer, de todos”.

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