Opinión

La eficacia de las multas

Suelen venir cuando peor van las cosas. Ese mes en el que además de vencer el seguro del coche, la nevera no da más de sí y se te cae ese empaste que parecía eterno. En esos momentos en los que la economía doméstica se tambalea… ¡zas!, te llega la multa de tráfico; monumental cabreo mientras piensas a dónde o de dónde venía y cuando o quien estaba conduciendo, como si dejáramos a menudo el coche para que lo condujeran terceros o te eximiesen del pago el hecho de que lo condujera tu cónyuge o alguno de tus hijos. Creo que de los gastos imprevistos, la multa es el más puñetero. Hay que tener en cuenta, además, que cuatro de cada diez españoles no puede afrontar ningún tipo de imprevisto económico; de ahí el auge y la proliferación de los microcréditos. 
Pues bien, la multa, esa sanción de carácter pecuniario que junto con la de prisión son las que más se imponen en las sentencias, constituye un elemento más disuasorio y efectivo de lo que parece. Ayer oía con interés y total acuerdo a Julio Ariza, quien hace mucho tiempo trata de explicar que hay que volver a la fórmula de las multas para enderezar las conductas de algunos alcaldes y otros sujetos catalanes con cierta pereza y flojera a cumplir con la legalidad con alguno de sus comportamientos. Efectivamente, es una fórmula muy sencilla, que contempla el Código Penal y que entiende todo el mundo estupendamente. Señor que esté sentado delante de un colegio electoral impidiendo que la guardia civil haga su trabajo… ¡zas!, identificación y multa que te crió. Ah, ¿qué es menor de edad?, pues a papá directamente. Alcalde provocador que no quiere poner la banderita española en el consistorio o pone el lazo amarillo de manera desafiante… ¡zas!, quinientos euros de multa al día; a los ocho días sin pagar, tres mil quinientos, embargo de coche o cuenta bancaria. No es necesario mandar a la policía, ni montar ningún número callejero, ni aparecen falsos dedos rotos, ni nada parecido. Simplemente, identificación y multa al canto. Sistema barato y efectivo donde los haya.
El bolsillo duele como una banderilla. Esto funciona exactamente así, ya veríamos como en más de una casa se oiría el soniquete de: “Jordi, escolta noi, o posar la bandereta o el mes que ve no vam arribar. Posa la bandera collons que la pela és la pela”.
 

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