Opinión

Haberlos haylos

Lo fue hace algunos años. Ahora no sé si El Corte Inglés continúa liderando el ranking español de creación de empleo privado. Si no lo es, será el segundo o el tercero, qué más da. El caso es que, desde hace años, en su estructura empresarial juega un papel muy relevante el sindicato Fasga (Federación de Asociaciones Sindicales). Una asociación que arrasa elección tras elección aunque sea considerada “non grata” por otras formaciones que la acusan de favorecer más los intereses de la empresa que los de los trabajadores.
Leo que en breve se celebrarán elecciones sindicales en Zara para elegir a los representantes de los trabajadores en sus tiendas de la Comunidad de Madrid. Y es ahora cuando Fasga intentará entrar por primera vez en el gigante creado por Amancio Ortega, con un elocuente y muy poco común mensaje: “Tenemos una forma de hacer sindicalismo diferente al de clase. Creemos en el capitalismo y en que las empresas deben tener beneficios”
Pues si alguien buscaba un discurso nuevo en el entorno sindical, ya lo tiene. Bien distinto parece del utilizado por el rancio sindicalismo de clase, estatalizado y fuertemente controlado; más cercano a la política que a la representación de sus afiliados. Desde posiciones liberales hay que estar, por supuesto, a favor de la existencia de los sindicatos, y a bote pronto, se me ocurren dos razones. La primera porque la clase media trabajadora es, con mucho, colectivo social más maltratado y expoliado a impuestos y, segundo, porque el germen del liberalismo descansa sobre el principio del derecho de libre asociación y desasociación entre personas; y la unión sindical deriva de ese principio.
Lo que no casa con el liberalismo son las organizaciones sindicales mastodóndicas, paraestatales y politizadas, cuya razón de ser es la de fomentar el conflicto de clases en lugar de reinventarse para ser libres, proporcionar servicios de mayor valor añadido a sus afiliados y entender que los salarios no deben de depender de los beneficios de las empresas, si no de la productividad de sus trabajadores. No deberían tener tampoco privilegios estatales, como las asociaciones de empresarios o partidos políticos. 
De una parte sindicatos politizados, beligerantes y fanáticos; del otro, haylos también.

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