Opinión

Fabricar patriotas

La noche del viernes 13 de noviembre de 2015 será difícil de olvidar para los parisinos, todos los franceses y el resto del mundo. Varios ataques terroristas perpetrados por fanáticos islamistas acabaron con la vida de ciento treinta y siete personas, resultando heridas más de cuatrocientas. Tres explosiones ocurrieron en las inmediaciones del Estadio de Francia, en el que la selección gala disputaba un partido amistoso contra Alemania. Fuimos todos testigos de cómo los cariacontecidos aficionados abandonaban sus localidades cantando juntos y, espontáneamente, la Marsellesa. A todo pulmón. Quise ser francés.
¿Era esa una expresión de un sentimiento nacionalista? o, en otro sentido, ¿una manifestación de sentido ciudadano, la lealtad a los principios cívicos, constitucionales y un canto a un modo de entender la cultura liberal occidental?
No es nada sutil la línea que divide el nacionalismo del patriotismo. Es más bien gruesa.  Una cita (Camilo José Cela): “El nacionalista cree que el lugar donde nació es el mejor lugar del mundo; y eso no es cierto. El patriota cree que el lugar donde nació se merece todo el amor del mundo; y eso sí es cierto.”
Son muchos los que piensan que España debería promover o arrancar su propia fábrica de patriotas porque parece, a todas luces, que los promotores de la fábrica de nacionalistas se han adelantado. No solo por los que lo incitan desde el País Vasco o Cataluña, si no desde la centralidad ya que, últimamente, el  español, no es otro que un nacionalismo de reacción y oposición al catalán, y eso está muy lejos del patriotismo.
Ser patriota debería referirse al vínculo que une a los individuos con el lugar en el que han nacido o con el sitio donde han decidido libremente vivir y que a todos representa, excluyendo todo vínculo étnico, grupal o colectivo. Una jurisdicción en el que rigen determinados principios, leyes, instituciones, derechos y deberes que se quieren proteger y defender. La manera de ser y el modelo de convivencia por el que han vivido, luchado y muerto nuestros antepasados; los valores de concordia, respeto y libertad que representa. La lealtad a estos principios y no al de pertenencia al grupo debería constituir el alimento que nutra a los patriotas. 
La bandera y el himno español son elementos que simbolizan este sentimiento y, por supuesto, deberían honrarse y respetarse aunque, por desgracia, han sido históricamente cuestionados y no generan consenso. Por ello, es hora ya que exijamos a nuestros políticos que no racaneen esfuerzos en instalarse en lo que es ya un clamor ciudadano: jugar la carta patriótica y contribuir a que los españoles y los que aquí quieran vivir sientan que la concepción de España, su historia, su presente y su futuro “merezca todo el amor del mundo”. Y que, al estilo francés, británico o estadounidense, aprendamos a admirar una patria diversa, cívica, plural y más amplia.

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