Opinión

¿Algo que declarar?

A cuenta gotas, pero van volviendo. Rostros que mezclan cansancio, felicidad y cierto rubor al ser recibidos por familiares, amigos y perritos, ansiosos por abrazar a quienes han vivido semanas alejados y, quizá por primera vez, liberados de la tutela paternal. Estaciones y aeropuertos reciben a los jóvenes que regresan por fin del tan apetecido y anhelado viaje que antecede al inicio de los estudios superiores; el conocido como interrail.
A golpe de grupo de whatsapp y acongojados por las espeluznantes noticias de las manadas inmundas. Así seguimos los padres el viaje de sus vidas. Esa experiencia, que ya es hábito, será quien marque una arruga en sus memorias y unos afectos para nunca olvidados. Y es que las vivencias iniciáticas positivas forjan verdaderas amistades, después de compartir soledad, experiencias y apoyos emocionales.
El esfuerzo habrá valido la pena. Son ya mayores de edad, han sabido y aprendido a administrarse, a compartir, a planificarse y a organizarse; se aferran ineludiblemente a la vida adulta. Y una cosa más. Europa es ya un gran país. Viajar por Europa, estado por estado, es ya como viajar por España, ciudad por ciudad. Esta generación sentirá ya para siempre la Europa transfronteriza, olvidará responder a aquello de “¿Algo que declarar?”, disfrutarán de un espacio en el que la libre circulación de personas es una de las libertades fundamentales de la Unión Europea, junto a la de capitales, mercancías y trabajadores. Probablemente, la mayoría vaya a tener una experiencia laboral fuera de España por la que se les retribuirá en una misma moneda. Un montón de posibilidades que, sin duda, habrán pasado estos días por sus cabezas.
Aunque sea todavía un hecho a futuro, la construcción europea es un macro proyecto que ha logrado que los Estados europeos superaran un pasado marcado por el conflicto y desarrollen conjuntamente un nuevo marco común de entendimiento político, económico y social. Pero no por  ello, hay que evitar siempre la crítica, el debate, el replanteamiento o incluso el euro escepticismo, que no significa anti europeísmo, por mucho que les pese a quienes tratan de achacar tal ofensa a todo aquél que se le ocurra lanzar la más mínima reprobación a determinados contenidos del proyecto común. Cuestiones como la creación de una mastodóntica burocracia bruselense, el ardor con el que se intenta armonizarla fiscalmente para convertirla en un infierno fiscal homogéneo o el protocolo de inmunidades y privilegios que mantienen al fugado Puigdemont campando a sus anchas por su territorio, bien merecen la censura.

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