Opinión

Momentos para la prudencia

Algunos de los problemas que sufren nuestras empresas, derivados del obligado confinamiento y la reducción al mínimo imprescindible de la actividad empresarial en cualquiera de sus formas, son los de liquidez generados por la abrupta desaparición de sus ingresos y  la necesidad de hacer frente a sus obligaciones y gastos generales sin tiempo para ajustarlos. Administraciones e instituciones han sacado distintas líneas que con diversas fórmulas buscan   facilitar la financiación que les permita hacer frente a esta situación.
La puesta en marcha de esas líneas de ayuda ha provocado, en una parte de los empresarios, una loca carrera para acceder a estas “facilidades” con peticiones desmedidas, cargando, en muchos casos, sus balances de deudas a las que difícilmente podrán hacer frente aún en el mejor de los escenarios posibles. Mientras, otros creen que disponen de recursos suficientes para hacer frente al parón de actividad, cuando todavía nadie es capaz de vislumbrar un escenario previsible de salida de la crisis sanitaria.
Todo ello, aderezado con  normas cambiantes y  con la lentitud de los organismos avalistas en redactarlas, crea un importante descontrol tanto entre las entidades financieras como entre las empresas solicitantes, obligando a continuas correcciones y retrasos en los abonos de las financiaciones a unos prestatarios acuciados por la necesidad de fondos para hacer frente a sus obligaciones.
Esto puede generar una situación de difícil gestión en un futuro no muy lejano, en el que encontraremos a las entidades financieras ante las instituciones avalistas, tratando de explicar los procesos de decisión en la asunción de los riesgos y haciendo que sus clientes aclaren sus planes de contingencia y tesorería a los que hasta ese momento no se prestó toda la atención debida. Además, esas entidades financieras y sus clientes deberán hacer frente a un escenario económico deteriorado donde previsiblemente veamos crecer los impagados y reducir las ventas fruto de una contracción generalizada de la economía. 
Todo esto lo hemos vivido en otros momentos y no nos tiene que llamar la atención. Ya hemos visto como esa exacerbada generosidad del sistema financiero, relajando los criterios de concesión y los precios, los ha llevado al borde del desastre en un pasado reciente. Pero esta situación es muy diferente: ahora estamos hablado de la supervivencia de nuestro tejido empresarial y por ello debemos apelar al sentido de la prudencia.
Sin duda los empresarios deben recurrir a estas fuentes de liquidez, preservando, quienes las tengan, sus reservas ya que aún no es posible vislumbrar un escenario exento de incertidumbres que nos permita tener la seguridad de no necesitarlas en el momento en que toda esta euforia pase y no dispongamos más que de nuestros medios para subsanar los problemas que ese futuro incierto nos reserva. 
Esta recomendación no debe hacernos perder la cabeza,  debemos medir bien nuestras necesidades y nuestras capacidades, no nos encontremos con que lo que hoy tomamos con los brazos abiertos como una ayuda se convierta mañana en la losa que ponga en riesgo nuestros negocios. 
Si cuando la normalidad impera,  hacer las cosas bien, ser capaz de vender y de cobrar es suficiente, ahora lo que necesitamos son ejecutivos y directivos capaces de vislumbrar el futuro y tratar de poner los medios para sobrevivir, no sólo a la crisis sanitaria sino al escenario de deterioro que se avecina. 
Todo hace pensar que en unos meses nos encontraremos con un deteriorado tejido empresarial, con balances peores que sus precedentes y  en muchos casos con pérdidas, con una demanda contraída, problemas en las cadenas de suministro, problemas de impago y restricciones en las clasificaciones de los seguros de crédito a sus clientes. Además, tendremos un sistema financiero que observará que se incrementa la mora sobre unos balances con rentabilidad escasa, habiendo olvidado toda esta vorágine “concesionaria”, y por lo tanto nos enfrentaremos a la reducción de líneas y a la restricción de crédito. Todo ello pensando que el actual repunte de las primas de riesgo, la subida del Euríbor y el que la deuda pública vuelva a tener rentabilidades positivas no hagan subir el coste de la financiación.
Ante la posibilidad de un escenario como el descrito, los  empresarios deben ser prudentes. Deben proveerse de la liquidez necesaria para superar esta situación, para la futura caída de ventas e incremento de impagos,  con los mecanismos que una situación estresada le permita reembolsar. Es necesario que se implementen otro tipo de ayudas tanto mediante el alargamiento de plazos como con la suspensión de impuestos, pero también otras que fomenten la actividad y permitan el desarrollo empresarial, que ayuden a la reducción de costes adecuándolos a la nueva situación; del mismo modo que es preciso que se simplifiquen las normas, se disminuya la burocracia y en definitiva que avancemos en esa asignatura pendiente de facilitar el establecimiento y desarrollo de negocios. 
Está muy bien fomentar que las empresas aprovechen las nuevas tecnologías y que se avance en eso que se ha dado en llamar industria 4.0, pero ¿cuándo dará ejemplo la administración? ¿Cuándo se coordinarán entre ellas para un mejor y mayor servicio público?
Estos son momentos de decisiones rápidas, generosas y valientes. Las administraciones deben dar ejemplo estrechando la colaboración entre ellas para mitigar los riesgos que nuestras empresas deben asumir y facilitar el desarrollo de la actividad económica. Es esta, la actividad económica, la que nos ayudará a recuperar la normalidad.

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