Opinión

El último cuplé de los presuntos líderes empresariales gallegos

El de presidente de la Confederación de Empresarios de Galicia (CEG) compite con los de alcalde de Ourense y entrenador del Deportivo como cargos más revalorizados de los últimos años. La dimisión de Díaz Barreiros es el último cuplé de una entidad en la que los supuestos empresarios que la lideran no representan desde hace mucho tiempo al colectivo, ni por altura, ni por formas, ni por fondo. Sin contar al ourensano dimitido, la patronal enfila tres años sin líder (?) y antes tuvo otros tres en cuatro años. Fernández Alvariño duró dos años y Diéter Moure, 10 meses. Antón Arias estuvo un año y en lógica sucesión Díaz Barreiros aguantó 48 horas. El próximo presidente ya podría dimitir antes de coger el cargo. ¿Y quién no querría liderar esta joya? Con un agujero de 6,3 millones con juicio pendiente, al borde de la quiebra tras pagar sueldos millonarios y en el abismo político. Con peleas, traiciones, conflictos, pugnas, cismas, guerras y batallas que no interesan a nadie y tras lustros en los que solo deberían salir en las páginas de sucesos y no en las de economía. Podría ser un thriller pero realmente es un cutre telefilme de sobremesa. 

El argumento es el resultado de muchos años de gestores filibusteros que solo son ejecutivos de tercer nivel y a los que nunca importó Galicia ni su clase empresarial. Solo hay profesionales -pongámoslo entre comillas- de la gestión sin nociones de la empresa real. Completen la alineación con asociacioncillas que solo dividen o jóvenes empresarios -pero ya menos- y tienen este pantano cainita, de presiones sectoriales y eternas peleas entre norte y sur. Todos implicados en una estrategia basada en reventar y luego urgir “consenso”, que en el idioma de la CEG significa “todavía no terminamos de matarnos pero ahí estamos”. Luego si gano diré que “abrimos una nueva etapa” (“os voy a machacar”) y si pierdo felicitaré a todos por “apostar por la unidad” (“que te crees tú que me vas a joder a mí”). Aquí los presidentes se marchan criticando ferozmente a su sucesor y luego lo increpan a través de cartas para completar la transición. 

PUBLICIDAD

En el centro, o en un lateral moviendo los hilos, tenemos a Antonio Fontenla. No le gusta agarrarse a los cargos, por eso estuvo 12 años al frente de la patronal gallega y lleva dos décadas en la coruñesa. Le encanta tejer “pactos” de última hora que no suelen acabar bien -como este último- pero que lo vuelven a dejar a él de portavoz. Enfrente y al sur está Jorge Cebreiros, merecido capítulo aparte. Promovido por Alvariño -y por tanto enemigo de Fontenla- fue pronto el delfín que solo representa sus intereses. El año pasado anunció la separación de la patronal pontevedresa de su matriz. Es decir, digo no creer en la CEG y para mejorarla me independizo y la jibarizo mientras avanzo que no me importaría ser su portavoz. Lo mejor es que en 2017 ya había hecho lo mismo. Luego, en estas elecciones estará tan al margen que respalda a candidatos y luego aplaude al que no apoya mientras recurre su victoria. Es nítido: “Nadie representa en la CEG a Pontevedra”. Cebreiros o el caos. Mientras, en el interior se opta por otro perfil, con similar representatividad del empresariado. En Lugo, el secretario general Jaime López pide a los lucenses que no sean conformistas. Pueden aprender de él: abogado, vicepresidente de la Cámara de Comercio y presidente de la Fundación del Campus. López es tan empresario como yo bombero. En Ourense se añora a Francisco Rodríguez. No era una grandísimo empresario pero respondía y representaba a los intereses provinciales. Ahora, la CEO está en manos de una abogada y ese pasado se ve lejano.


En esta opereta ni siquiera el covid ha podido alterar su autodestrucción. El último capítulo fue este pasteleo electoral, con asociaciones de medio pelo (ASIME, CEGASAL, CECE Galicia, la TIA de Mortadelo y Filemón) que recurrieron los comicios junto a -oh, sorpresa- Cebreiros. Pedro Rey, al que apoyaban, había renunciado cinco minutos antes de contarse los votos. Barreiros ganó por aclamación y todos posaron para la foto. Después, quejas y la dimisión para “proteger el honor de la CEG” -algo muy difícil-. Las facciones se sorprenden ahora de la renuncia o la encuadran en “motivos personales” tras conseguir lo nunca visto: romper el pulso del norte contra el sur dividiendo también el sur atlántico con el sur interior. Será tiempo otra vez de reclamar una voz única -mejor si es la mía- y buscar un candidato independiente, fuerte, de prestigio, que camine por encima de las aguas y multiplique panes y peces. Pero el mayor problema que tiene la CEG ya no es encontrar un presidente en las que serán sus séptimas elecciones en ocho años. Es encontrar a alguien que quiera ser representado por esta patronal, alguien al que le importe lo que pueda decir. En este punto de degradación pedir una refundación roza ya el eufemismo.

Te puede interesar