Opinión

La pesadilla de Pedro y Pablo

La pesadilla de Pablo Iglesias es que, ni ahora ni nunca, va a ser ministro, y mucho menos, presidente del Cielo, y la de Pedro Sánchez que, por mucho que los resultados de unas nuevas elecciones pudieran serle favorables, nunca lo serían tanto como para no seguir necesitando a esa criatura que detesta con toda su alma.
Ambas pesadillas, la de Pedro y la de Pablo, se desarrollan en la realidad, y por ese carácter contagioso de las pesadillas, extienden su tóxico y desasosegante influjo al conjunto de los ciudadanos, exceptuando sólo a aquellos a los que, por sabiduría o por definitivo hartazgo, les importe una higa la pueril mojiganga que se traen esos señoritos con absoluto desprecio del interés general de la nación.
Quién iba a decir que los electores, aun equivocándose, iban a hacerlo mejor que los elegidos. Podría argüirse que coger un papel, meterlo en un sobre e introducir éste por una ranura es mucho más sencillo que acordar la formación de un gobierno, pero también argüir cosas es más fácil que echar una papeleta en una urna, acción que en España tradicionalmente requiere, como mínimo, taparse la nariz. Por lo demás, lo que es difícil, o trabajoso, es buscar a los mejores y más aptos de cada ramo para formar con ellos un buen gobierno, y no repartir las carteras como suelen repartirse, salvo excepciones, entre los amiguetes.
La pesadilla de Pablo es que no va a poder llegar un día a casa y decir: "¡Que soy ministro!", y la de Pedro que tampoco va a poder llegar a casa con el notición de que ya no existe Pablo, pero la pesadilla de los demás son, hoy por hoy, Pedro y Pablo. Podrían ser Casado y Rivera, pero esos encarnan la pesadilla de la que la mayoría del cuerpo electoral creyó huir resignando su confianza en éstos Sánchez e Iglesias que les han endilgado, contra todo pronóstico, otra.
Si lo que pretendían Pedro y Pablo es matar la ilusión de los millones de españoles que la cifraron en zafarse de la corrupción y de la inepcia del PP apostando por la decencia y el progreso, lo están consiguiendo. Matar la ilusión es un delito muy grave, y ahora proliferan las encuestas para dilucidar quién ha asestado el golpe postrero, quién tiene más culpa de los dos.

Te puede interesar