Opinión

El hombre que quería ser ministro

Se puede entender, no sin algún esfuerzo, que alguien quiera ser ministro, pero cuesta más asimilar que alguien quiera ser únicamente ministro, es decir, o ministro, o nada. Tal parece ser el caso del ciudadano Pablo Iglesias Turrión, que de revolucionario asaltacielos ha devenido en obseso de una cosa tan formal, tan convencional, tan terrenal, como esa. Cabría recordarle que el mundo se puede cambiar de muchas maneras, menos siendo ministro precisamente.
A lo mejor es que el ciudadano Pablo Iglesias Turrión ya no quiere cambiar el mundo, o que, en el fondo, nunca quiso, sino sólo su lugar en él. Todo en su corta pero precipitada trayectoria parece indicarlo así, pues a las primeras de cambio ya intentó, rodeado de muchos de los que ya no le rodean, autoproclamarse no ya ministro, sino ministrísimo, vicepresidente con mando en todo, dejándole a Sánchez el simbólico cargo de presidente sin mando en nada. Aquello se recuerda bien porque pertenece al género de las cosas que, por su disparatamiento o rareza, dejan huella indeleble en la memoria: cuando apareció aquél día de 2016 en el Congreso, escoltado por su ilusorio gabinete, dando los cielos prácticamente por asaltados.
Al señor Iglesias se le ha metido entre ceja y ceja ser ministro, y, aunque lo disimule a veces, no hay quien le apee de ahí. Tan emperrado se halla que nunca se le pasaría por la cabeza hacer no ya lo que hizo Valls en Barcelona, sino lo que su propio ex siamés Errejón ha ofrecido hacer en la Comunidad de Madrid, hacerse a un lado para que Angel Gabilondo, uno de los pocos políticos cultos y sensatos que hay y cabeza de la lista más votada, presida su gobierno con la necesaria anuencia de Ciudadanos, al que se premiaría con la desactivación del yugo de Vox que le aherroja porque le da la gana.
Iglesias no es Errejón, o no ha crecido como él: como los niños, lo quiere todo y ya. Se comprende, bien es verdad, que no quiera regalarle, entregarle por la patilla, el gobierno a Sánchez y al PSOE, pero también es cierto que se le espera desde hace mucho, desde siempre, algún gesto político de gran estilo, cual podría ser aparcar momentáneamente su ambición personal en beneficio de aquello por lo que supuestamente lucha su partido y, desde luego, del superior interés general de los españoles, que necesitan que sus políticos se dejen de narcisismos y mascaradas y se pongan a currar, si es que saben.
A uno le da un poco de lástima que una persona joven y con alguna instrucción sólo quiera ser ministro, pero más lástima le da que por esa bobada andemos todos, a éstas alturas, como andamos.

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