Opinión

El perdón de Rato

Algo le ha debido suceder a Rodrigo Rato desde que en el pasado octubre pidiera perdón, contrito como no le habíamos visto nunca, a los españoles. Aquél día, a un paso de trasponer el rastrillo de la cárcel de Soto del Real, a un paso, pues, de perder la libertad que tan malamente había usado para enriquecerse mediante el empobrecimiento de sus compatriotas, pareció asomar una lágrima sincera, verdadera, a sus ojos, pero a tenor de cómo se las gasta hoy en el nuevo juicio que se le sigue por malversación y estafa, diríase que si aquella lágrima apuntada, nonata, era una lágrima, era, seguramente, una lágrima de cocodrilo.
El Rato de hoy, el que trata con tanto desprecio e insolencia a la fiscal como trató en su día al interés público que el Ministerio Fiscal representa precisamente, se ha olvidado de que una vez, un día en que no le llegaba la camisa al cuerpo por hallarse en el umbral de la trena, pidió perdón a cuantos su malhadada gestión en Bankia había llevado a la ruina y a la desesperación. El Rato de hoy, al contrario de aquél que pedía árnica a sus víctimas en un momento personal jodido, no se considera responsable de nada, ni de las cuentas falseadas, ni de la salida ful a Bolsa, ni de la estafa de las Preferentes, ni de gastarse en alcohol y caprichos los ahorros de los trabajadores con las Tarjetas Black, y, en consecuencia, tampoco cree que tenga que pedir perdón alguno.
El Rato de hoy asegura que el perdón lo tiene que pedir el Banco de España, el FROB, el Gobierno de Zapatero, el de Rajoy, la CNMV, pero no él. En lo primero dice verdad, pues primero los promotores de la catastrófica ligazón de las siete ruinosas Cajas de Ahorros controladas por el PP en un banco zombi, Bankia, y después los supervisores que dejaron rular al monstruo hasta que se tragó los 22.000 millones de euros que costó su rescate a los españoles depauperados por la crisis, deberían pedir el perdón que nunca pidieron y, como es natural, asumir la severa punición que nunca recibieron. En lo segundo, en lo de que él no tiene de qué pedir perdón, miente, pues sin su firma como máximo responsable de la entidad, y sin su embriaguez de impunidad, nada de lo que sucedió habría pasado.
El Rato de hoy se defiende de lo que hizo el Rato de ayer, pero sigue siendo el mismo Rato. El desfallecimiento de su soberbia a las puertas de la cárcel duró lo que tardó en traspasarlas, quedándose el arrepentimiento, el dolor de corazón y el propósito de enmienda fuera, allí donde solicitó el perdón. Aquella lágrima ahogada, reprimida, apenas entrevista, se quedó allí también, en aquél aparcamiento de Soto del Real.

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