Opinión

Voces del pasado

Uno de los errores más comúnmente cometidos por el ser humano es el de desertar de su propio pasado. Es una tentación incluso comprensible tratar de camuflarlo sobre todo cuando no es presentable, pero el pasado está ahí, nos amenaza y siempre vuelve, así que lo mejor es asumirlo con suficiente naturalidad como para que no se convierta en un permanente chantaje emocional siempre que no sea tan inconfesable que aceptarlo signifique ir a la cárcel. Hace unos días, el diputado independentista Lluis Llach, hoy con asiento parlamentario regional por JxC y que primero fue cantante y abanderado del movimiento Nova Cançó desde su pertenencia al colectivo Els Setze Juges –una especie de sanedrín antifranquista y catalanista conformado por poetas y cantantes entre los que se integraban Pi de la Serra, Enric Barbat, Guillermina Mota, María del Mar Bonet y Joan Manuel Serrat- se enzarzó en una discusión especialmente virulenta con uno de los portavoces de Ciudadanos en el parlamento catalán y le acusó de ser familia del ex ministro de UCD, Rodolfo Martín Villa, lo que no sería desdoro alguno porque Martín  Villa es un hombre honorable y sumamente valioso para  el discurrir de la Transición, pero cuyo parentesco resultó ser falso. El diputado en cuestión apenas se inmutó antes de recordar a Llach un par de verdades sumamente ilustrativas que el intérprete de L´Estaca ha procurado disimular porque le da mucha vergüenza recordarlo y más vale no meter el palo en ese agujero. Le recordó que su abuelo había sido uno de los más eximios representantes del carlismo catalán, su padre había sido combatiente requeté y alcalde franquista una vez acabada la guerra, y que el mismo Llach había militado de jovencito en las filas de los cruzados de Cristo Rey, una organización juvenil católica y apostólica y militante, con vinculación  carlista y falangista, y un pensamiento de un fascismo entusiasta y aplastante. 

Hay que fijar cada situación en su tiempo y suponer que un ámbito familiar determinado influye en el comportamiento de sus miembros más jóvenes. Pero conviene reflexionar a la hora de tirar la piedra para que no dé la vuelta en el aire y aterrice en tu propia cabeza. Es lo que le ha ocurrido a Lluis Llach. Si no quieres que te la hagan no la hagas.

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