Opinión

El universo paralelo

Todos los que entienden de cuestiones políticas parecen estar de acuerdo en tildar la campaña electoral previa a la cita en urnas como  la peor de todas las sucedidas hasta ahora. Pronostican un periodo tendido a cara de perro en el que no habrá reglas, no se respetarán un código de comportamiento deontológico, no se harán prisioneros y se podrá disparar a los paracaidistas mientras caen. Los sucesos  ocurridos durante los actos de celebración de la festividad del Dos de Mayo en Madrid advierten lo que se nos viene encima, y hay muchos expertos en la materia que pronostican un endurecimiento del escenario hasta el día de la cita en las urnas. Hace unos días, una amiga mía muy versada en estas cosas porque lleva toda la vida profesional metida en este percal que es la crónica parlamentaria, me aseguraba que el lío de Bolaños y la jefa de Protocolo de Ayuso –lo que equivale a decir el lío de Ayuso y Pedro Sánchez- va a ser un coro de ursulinas en comparación con lo que se avecina.
En semejantes circunstancias lo más natural es abominar de los políticos. Para nuestra desgracia, la clase política española ha abdicado de su compromiso con el contribuyente –deberíamos habituarnos a llamarlo así porque eso es en realidad lo que somos nosotros, es decir contribuyentes que pagamos sus salarios con nuestros impuestos- y no hacen otra cosa que mirarse el ombligo, vivir en un mundo mágico separado de la realidad, y suponer y sospechar que estas absurdas trifulcas de poder y mando nos interesan a todos nosotros cuando a los que en realidad interesan es única y exclusivamente a ellos.
Personalmente creo que el sibilino plan urdido por Félix Bolaños para forzar un conflicto protocolario –exigió ordenar a la ministra de Administración Territorial que se buscara un compromiso para no acudir a la Puerta del Sol y ceder su puesto al ministro de la Presidencia- a quien más ha perjudicado es al propio Gobierno pero esa no es la cuestión.  La cuestión es transmitir a la clase política que las guerras suyas son simplemente suyas y a los ciudadanos ni nos gustan ni nos competen. Ese universo paralelo que se ha ido construyendo  el segmento dirigente acabará pinchándose como se pinchó la burbuja monetaria o el globo de Monsieur Mongolfier. El ciudadano lo que quiere es vivir si le dejan. Y no le dejan. Ir todos los días a la compra es un suplicio que no nos merecemos ninguno.

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