Opinión

Sí pero no

Mucho va a ser necesario meditar y reflexionar cuando esto pase, sobre el papel que unos y otros han desarrollado durante el trascurso de la pandemia. Vivimos tiempos muy duros que no pocos sectores de la población interpretan necesitados de la aplicación de una tregua hasta que este terrible suceso se atempere y podamos analizar los hechos con la debida frialdad. Pero existen comportamientos próximos al absurdo que rechazan por su disparatada naturaleza la aplicación de esta tregua y sugieren la existencia de un desequilibrado Gobierno, compuesto por personajes rigurosos y sensatos, y otros que no lo son tanto y que cada vez que abren la boca tiemblan las paredes. Es cierto que no son horas de aplicarse en las valoraciones de las actividades de los responsables gubernamentales con excesiva rudeza, porque el primer escalón de prioridades es la recuperación de la salud colectiva –cuestión que todavía se vislumbra muy lejos- pero es cierto también que no todo vale y no todo puede ser tratado con tanta benevolencia porque muchos de los que están en tareas de responsabilidad no lo merecen. Nadie obligó a un Gobierno que casi duplicó el número de ministros de los anteriores a serlo, y todos ellos aceptaron y asumieron sus correspondientes empleos libremente, sin presiones ni imposiciones que uno sepa. Son, además del presidente, cuatro vicepresidentes y dieciocho ministros a la mayoría de los cuales hemos perdido el rastro por completo. Hay uno, un sujeto llamado Manuel Castells Olivans, que tomó posesión de su cargo de responsable de Universidades y se borró del mapa hasta el punto de que nadie ha vuelto a saber una palabra de él y desconocemos si está confinado aquí, allá o en cualquier lugar. Nada sabemos tampoco del titular de Consumo, Alberto Garzón, del que, tras suspenderse las apuestas que parecía su única razón de existencia,  nadie ha vuelto a tener conocimiento. De la ministra Yolanda Díaz sabemos por desgracia demasiado. En este orfeón de ministros especializados en cuanta actividad humana pudiera imaginarse, destaca sin embargo el paradójico caso de Salvador Illa, un filósofo catalán colocado estratégicamente para propiciar el diálogo con Torra y su gente al que le ha caído en suerte uno de los papeles más duros y desagradecidos de la pandemia. En tiempo normal, el ministerio de Sanidad es un cascaron vacío que apenas tiene actividad. En estos, ni les cuento…

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