Opinión

Secretos de Estado

Todos los estados tienen secretos inconfesables y muertos en los armarios, de modo que esta España nuestra que salió de las catacumbas cuando la mayor parte de Europa había superado las atrocidades de dos guerras y estaba ya de vuelta con sus democracias perfectamente asentadas y arraigadas incluso en un teatro tan hostil como el que significó la Guerra Fría, también los tiene y en nuestro caso, muy acusados. Nuestros secretos de Estado tienen sin embargo un ámbito más doméstico aunque igualmente trágico y vergonzoso. Como quiera que somos un país que tradicionalmente ha contado poco en el ámbito internacional, lo que guardan las cajas acorazadas de los ministerios más oscuros son trapacerías siniestras que poco afectan a terceros. Cuando trabajaba para el ministerio de Asuntos Exteriores –una etapa de mi vida que disfruté y en la que hice entrañables amigos que todavía hoy conservo- algunos de mis compañeros con una sólida formación en política exterior sospechaban que, para determinar la culpa de nuestra escasa trascendencia internacional, había que remontarse al Congreso de Viena, clave en el reparto de la nueva Europa diseñada tras la caída de Napoleón, cita  a la que el bandido de Fernando VII envió un plenipotenciario que era un solemne majadero –se llamaba Pedro Gómez de Labrador y acabó arruinado, abandonado y maldecido- con cuya piel, sujetos de la influencia y sabiduría de Klemens Von Matternich, Charles Talleyrand o Lord Wellington, se hicieron el parche de un tambor y España salió perdiendo y ridiculizada en todas las decisiones.

Como también es parte de nuestra historia, nuestra truculenta afición por pegarnos un tiro en el pie cada dos por tres nos obliga a seguir acumulando situaciones opacas que cada gobierno se ve en la obligación de ocultar cuando sus consecuencias le afectan, o sacar a relucir cuando afectan al bando contrario, estableciendo un turno de prestidigitación política que obliga al contribuyente a no creer una palabra de lo que le dicen o lo que le prometen. A día de hoy, los que gobiernan han decidido sacar a la luz otra vez las miserias del PP y sus contabilidades en B con especial atención por Jorge Fernández, Cospedal, Rajoy o Bárcenas, echando tierra apresuradamente sobre el rastro de las indignidades cometidas por Pablo Iglesias y los suyos en muy parecidas circunstancias. Cuando cambien las tornas será al revés.

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