Opinión

Reuniones de verano

En  su acomodada posición de eterno hombre en funciones, y debidamente confortado por los augurios de Tezanos, Pedro Sánchez ha destinado lo que va de verano a una labor que le resulta querida y reconfortante. Se trata de establecer reuniones estratégicas con colectivos amables –sindicatos, círculos empresariales de afinidad comprobada, intelectuales de ideología pareja, mujeres maltratadas…- a las que acude para explicar su particular visión del proceso de investidura y lo razonable que sería su ayuda para llegar a la Moncloa. En este amable peregrinaje, no tiene el menor inconveniente en plantar al rey, -precisamente el único con prerrogativa contenida en nuestra Constitución para volver a encargarle por tercera vez consecutiva la formación de un gobierno- al que hizo esperar una hora de reloj en Marivent a la espera de que acudiera al tradicional despacho de verano. Su equipo de asesores le prepara las parroquias y él las recorre con una sonrisa en los labios y un discurso ensayado y aprendido, expresando la necesidad ineludible de otorgarle el cargo. No porque se lo haya trabajado que no es el caso. Sino porque es el llamado a desempeñarlo. Y después, a la playa.
Sánchez ya no está para gobiernos compartidos y su desafiante apostura ha decidido que las horas de posible pacto con Unidas Podemos se han agotado y no pueden renovarse. Lo peor de todo es que la soberbia que le caracteriza le ha aconsejado la conveniencia de quedarse quieto y hacerse crónico en su situación de “en funciones”. Y por lo tanto, no moverá ni un dedo para modificar lo que él y su equipo suponen que habrá de caer de maduro. Ciudadanos y el PP no van a regalarle nada, Podemos está descartado, y no quedan muchas más opciones para resolver el conflicto antes de volver a las urnas. Las hay sin embargo, y el rey lo sabe como lo sabemos todos. Un gobierno de concentración a tres bandas a la alemana para cuya consecución solo habría que cumplir un requisito. La retirada de Pedro Sánchez –dos intentos fallidos y la práctica imposibilidad de conseguir los apoyos necesarios para un tercero- y la elección de un candidato de consenso entre los tres partidos constitucionalistas –socialista probablemente pero no necesariamente- para salir del bucle en el que estamos metidos.

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