Opinión

¡Qué tropa!

Cuentan las viejas crónicas, que Álvaro Figueroa y Torres, conde de Romanones, deseaba más que cualquier otra cosa, ser admitido en la Real Academia de la Lengua. Criado en cuna noble, y educado con esmero, no solo fue un político de prestigio que alcanzó las más altas magistraturas del país, sino que desarrolló una notable carrera periodística y literaria, alimentada por tratados, ensayos y multitud de artículos de opinión que se publicaron abundantemente en la prensa de su tiempo. Alimentada y satisfecha su ambición política –fue alcalde Madrid, presidente del Congreso y del Senado, primer ministro en tres legislaturas, titular de varias carteras y diputado en Cortes- a Romanones le apetecía pasar a la posteridad como un intelectual, a pesar de que en realidad, se perpetuó en la memoria por dos razones menos agradables. Ocupando la cartera de Estado en el gobierno del almirante Aznar, se le ocurrió la convocatoria de elecciones municipales para consolidar la Corona. Las ganó pero las perdió. Fue por tanto él también quien se reunió con su buen amigo Niceto Alcalá Zamora en casa del doctor Marañón, para pactar la salida del rey al exilio y la transmisión de poderes al régimen republicano.

Lo de su sillón de académico frustrado también es parte de Historia. Para lograr los apoyos necesarios que le permitieran el ingreso, fue visitando los domicilios de sus futuros compañeros para pedirles el voto. Y consiguió un apoyo suficiente que le garantizaba su ansiado objetivo. Al celebrarse la votación, comprobó que muchos le habían engañado. Fue cuando se dice que, acercándose a la oreja de un íntimo colaborador, le dijo aquello de: “¡Joder, qué tropa!”.

La frase se ha convertido en un emblema en el ámbito político, para expresar los desengaños y las ilusiones frustradas, y Rajoy la hizo suya el día que el PNV le abandonó tras prometerle su respaldo. La última, seguramente en mascarla, -aunque es posible que su muy buena educación y sus exquisitos modales no le permitan pronunciarla a viva voz- habrá sido la ministra Nadia Calviño, a la que han dejado colgada de la brocha los miembros del Eurogrupo. Calviño  afirma que contaba con los votos apalabrados necesarios, –diez en total- pero que alguien ha prometido en falso. Calviño no será presidenta de la Cámara europea, y lo que conviene saber ahora, con pragmatismo y  sentido común, es la consecuencia de este sorprendente fracaso.

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