Opinión

Petición de perdón

La comparecencia pública en solicitud de perdón por los desmanes cometidos antaño por uno de los monjes de su comunidad, aparición protagonizada por el abad de la basílica de Montserrat, es una estampa bochornosa se mire por donde se mire. Mosén Josep María Soler aprovechó la homilía de una misa para entonar el mea culpa y reconocer las prácticas indeseables de uno de los miembros de este monasterio, un religioso ya fallecido llamado Andreu Soler, -su apellido es el mismo del de su superior, a pesar de que no parece existir entre ambos, vínculos familiares- al que tildó de “depredador sexual”, mientras el monje era el responsable de la escolanía. Fray Andreu perpetró impunemente toda clase de abusos sexuales con los niños a su cargo durante años, y nadie en la abadía, ni sus compañeros de congregación, ni sus superiores, abrieron la boca ni pusieron freno a la actividad delictiva de este sujeto que se murió sin que se filtrara fuera de los muros de la abadía ni una palabra de su atroz comportamiento. Naturalmente, el abad ya ha advertido que no piensa dimitir y que esto se arregla creando una comisión investigadora mitad seglar y mitad religiosa, al tiempo que solicitaba la clemencia de las víctimas: los niños que padecieron durante años los horrores de este pederasta al amparo de sus hábitos, y sus familias que no supieron de estos horrores hasta mucho tiempo después. Hoy se preguntan estremecidos cómo se pudieron tolerar, silenciar e incluso auspiciar semejantes hechos.
En todo caso, la actitud del abad catalán no es en absoluto opuesta al comportamiento observado en general por los máximos responsables de muchas comunidades religiosas en las que se han producido situaciones como la de Montserrat, silenciadas y ocultadas años y años por la dignidad eclesiástica, y tratadas con displicencia e incluso complicidad por aquellos que deberían haberles puesto freno. Denunciando de inmediato la situación a jueces y policía, las instancias pertinentes cuando de lo que se trata es de la comisión de delitos. Y este escenario no es más que eso. Prácticas delincuenciales que merecen procesos judiciales, sentencias y si son condenatorias, simplemente la cárcel.

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