Opinión

Brindar con cerveza

Sesenta días después de que nos metieran en casa por vía de apremio y nos confinaran entre cuatro paredes entre las que hemos aprendido diversas artes de las que apenas teníamos conocimiento, una gran parte del territorio nacional ha podido salir a tomarse a una cerveza. No recordaba yo lo buena que puede estar tan fresquita y con su espumita justa ni mucha ni poca, pero es que, entre las manualidades que hemos ido desarrollando en el confinamiento, no todo el mundo podía contar con un grifo y un barril de cerveza casero para convertirse en un escanciador experto. Hemos aprendido a tocar el violín, nociones extensas de japonés, repostería fina y bollería, tratamiento de fotos antiguas mediante programas informáticos, canto lírico en tutoriales, maquetismo naval, punto de cruz, dibujo lineal y artístico, mus por correspondencia… pero en las casas no abundan los grifos de cerveza y el rencuentro de esta mañana con semejantes artilugios a los que Dios bendiga repetidas veces ha sido muy emocionante.

El mundo va recobrando paulatinamente su sentido y vamos atisbando en la lejanía lo que la autoridad competente, el divino Iván Redondo, gurú del marketing político de guardia en la Moncloa, ha ordenado se denomine “nueva normalidad”, pasando supongo una circular con marchamo de obligado complimiento, como envió uno anterior supongo yo, en la que advertía la obligatoria utilización de un recurso tan aparentemente inocente y tan efectivo sin embargo como “el conjunto”. Se trata de un vocablo que vale para cualquier cosa y que el Gobierno utiliza sin distinción, venga o no venga a cuento, tenga o no tenga sentido, sea o no sea correcto. Su uso y abuso viene determinado por el ahorro del empleo permanente del masculino y el femenino en sus parlamentos, que acaba siendo engorroso, un poco ridículo e incluso polémico. Echando mano de “el conjunto” se orilla un estilo  muy engorroso que frecuentemente conduce a errores cómicos. Alguna ministra ya cometió ciertos atrancos con cambios de género que parecían antiguos chistes de baturros de los que se contaban en los viejos tiempos. La gente los aceptaba bien e incluso hacían gracia a los mismísimos aragoneses, pero sucumbieron ante la corrección política y cualquiera los cuenta ahora.

Te puede interesar