Opinión

Parecerse a los clásicos

Cuando a aquellos que se han labrado una sólida posición en el universo literario se les pregunta por las plumas en las que se han fijado, la mayor parte suele irse por las ramas, quizá porque prefiere desvincularse de ejemplos pretéritos que hoy resultarían muy superados o quizá, y más probablemente, porque ignoran por completo a esos autores  pasados y no han leído una línea de ellos, que también pasa. No creo yo a estas alturas que muchos jóvenes hayan visto páginas de Galdós, Unamuno, Valle Inclán o Baroja antes de llenar las propias, y estoy convencido de que gran parte de la penitencia –la literatura actual  no es en general un ejemplo de correcta utilización del idioma- se va en esa culpable ignorancia. Es cierto que novelones como “Fortunata y Jacinta” de Galdós, “La regenta” de Clarín o “Los pazos de Ulloa” de Pardo Bazán, -que fueron en su tiempo apuestas sumamente arriesgadas por su intensidad y descaro- hoy ni asustan ni conmueven, pero más cierto es aún que todos estos relatos son ejemplo de compromiso y trascendencia, además de reflejo extraordinario de maestría y dedicación a la hora de utilizar el lenguaje.

A mí, naturalmente, casi nunca me han preguntado por cuestiones de esa naturaleza porque en el aspecto literario yo no soy nada. Pero en las muy escasas situaciones en las que me he visto en la tesitura de responder, nunca he ocultado mi profunda admiración por Ramón Mesonero Romanos, un escritor costumbrista, madrileño como yo pero mucho más castizo, que pasó por la vida haciendo cosas buenas empezando por las obras que mandó a la imprenta y que son un prodigio de sensatez, buen humor, crítica comedida, libertad de expresión y servicio a buenas causas. Liberal comprometido desde que muy joven, disfrutando de una sólida posición social y económica con menos de veinte años se alistó en la milicia nacional, y fue uno de los contertulios de “El  Parnasillo”, que compartió con otros encendidos como Larra, Pepe Espronceda o Venturita de la Vega, todos miembros de la “partida del trueno” que conspiraba contra González Bravo y rompía  farolas a bastonazos. Don Ramón fue un gran escritor y una gran persona, y escribió los artículos de costumbres más honestos y regocijantes que yo pueda recordar. Qué más quisiera yo que parecerme a él. Ni de broma. 

Te puede interesar