Opinión

Pan y circo

Yo soy efectivamente uno de los que rechazan el inicio del fútbol en las circunstancias y condiciones que ha impuesto un dudoso pacto entre la Administración y las instituciones que rigen este deporte. No creo que sea un inicio seguro y sospecho, sobre todo, que la sociedad se ha dado cuenta de que es incluso posible vivir sin él, una conclusión que nos está sorprendiendo a todos y que, desde luego, no apetece ninguna de las instancias que han favorecido este pacto. Hace unos días, alguien me decía que nunca hubiera pensado que se olvidaría del fútbol pero se había olvidado. Que nunca sospecharía que  podría desvincularse tan fácilmente del Celta, pero no había padecido trauma alguno al hacerlo, y que nunca se habría imaginado pasar olímpicamente de las noticias relacionadas con los partidos, sus pasiones, sus emociones, su incertidumbre, pero que había pasado. “A la vista de todo ello, -concluyó- los futbolistas deben comprender que no son dioses. Lo eran, pero sesenta días de retiro han bastado para reconvertirlos en personas corrientes y normales”.

Lo más lamentable de esta situación es, sin embargo, la utilización que van a hacer de él aquellos colectivos que están planificando su regreso. Costó años desvincular el fútbol de aquella condición inicua de la que lo dotó el franquismo como anestesia generalizada para que la sociedad no actuara por sí misma y se mantuviera dormida  sin pensar en otra cosa que en la batalla del domingo. Gracias a la maduración del pueblo soberano y a la normal evolución de sus usos y costumbres, el fútbol pasó a ocupar el lugar –de preponderancia naturalmente- que le correspondía, lo que le facultó para admitir entre sus entusiastas a gentes que con anterioridad lo abominaban por considerarlo el opio que adocenaba las conciencias y escondía de la truculencia de un régimen antidemocrático. Por eso, se abrió a intelectuales, científicos, pensadores, sociólogos, políticos, economistas, escritores, poetas, mujeres, hombres, de derechas, de izquierdas, del norte, del sur, del este y del oeste.

Este fútbol triste y en silencio, traído por la fuerza e impuesto desde las altas esferas de Gobierno y poderes fácticos, es otra vez el “pan y circo” que tanto abominamos. El cloroformo con el que tapar vergüenzas. O quizá la vergüenza en sí misma, que es lo más probable.

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