Opinión

Nuevos retos

Muchos van a aprovechar este largo periodo de confinamiento para atreverse a realizar actividades que no habían intentado nunca y que seguramente ni soñaban que pudieran hacer. Las noticias nos dan cuenta del incremento en la venta de materias como la harina, una materia cuyo consumo se ha disparado porque los confinados han comenzado a practicar el arte de la repostería, una especialización culinaria tradicionalmente resguardada para los elegidos porque es tradicional suponer que tiene enormes dificultades y no es algo tan accesible como cocinar un guisito de calamares o una tortilla de patatas.  Se supone que en repostería todo está supeditado al peso exacto de cantidades, y que si uno administra los ingredientes a ojo cosechará sonoros fracasos. Uno diferencia de gramos puede convertir un suculento y esponjoso bizcocho en una arcilla incomible, y si te pasas con el azúcar glas puedes convertir un suculento almíbar en goma arábiga.

Metidos en casa, con un ciclo por delante que parece tener más de veinticuatro horas, uno puede permitirse el lujo de atreverse con la cocina de los dulces y tampoco pasa nada si las rosquillas no salen a la primera. Hay horas más que sobradas para utilizar el método prueba error, e ir tirando a la basura los confites al tiempo que uno los va confeccionando hasta que salga el bueno. Es un reto este de ponerse a cocinar y hacer dulces acatando si es preciso la disciplina de pesarlo y medirlo todo. O cocinar a ojo hasta lograr el fin soñado.

Ocurre como con la escritura. Sé que muchos, en la soledad de su santuario y con el día por bandera, se han planteado el reto de escribir una novela a pesar de que una gran parte no ha pasado de confeccionar balances comerciales, informes de gestión o felicitaciones de Pascua. Pero eso no importa y con desparpajo y mucho ánimo, los hay que se colocan ante la pantalla en vacía del ordenador a ver qué pasa. Confinarse no es renunciar, y les recuerdo que Bram Stocker escribió su universal novela “Drácula” sin necesidad de moverse de Londres y con la Enciclopedia Británica a mano. Tampoco necesitó Jules Verne desplazarse a los escenarios exóticos donde situó sus obras. Por lo tanto, todo es ponerse y ganar por la mano el duelo de la pantalla en blanco. Por fortuna, y con las nuevas tecnologías, ahora no hace falta arrugar resmas y resmas de papel y mandarlas de cabeza al cesto. Lo único que hay que tener es algo que contar. Y eso lo tiene casi todo el mundo.

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