Opinión

Nadie lo confesará

Nadie confesará a estas alturas que un día se arrimó a Mario Conde porque supuso que era el caballo ganador de la carrera, ni nadie reconocerá haber sido su amigo, su admirador, su vasallo o, simplemente el tío que hubiera dado media onza de su propia carne por conocerle personalmente. Hubo un tiempo, como se han encargado de repetir machaconamente los periódicos, que Mario era la estrella emergente, banquero de éxito, aspirante a presidente, protagonista de páginas y páginas en todos los medios, doctor Honoris Causa, ejemplo a seguir, guapo, místico, ilustrado y sandunguero. Algunas de las firmas que hoy acuden al histórico para decir yo no he sido, le sacaron a hombros en aquellos tiempos pretéritos. Lo digo porque ya soy veterano y me acuerdo....
El mito se resquebrajó cuando le metieron en la cárcel por apropiación indebida, pero esa sensación no confesada por nadie de que había sido una víctima de la batalla y que fueron sus poderosos rivales políticos los que acabaron por conducirle al caldero, permaneció enraizada en el subconsciente popular andando ya el siglo nuevo y muchos volvieron a conectar con él, a hacerle fuerte, a rendirse a sus encantos, a avenirse a compartir nuevos proyectos e incluso a otorgarle el voto cuando montó aquel partido de aparente inspiración social con el que se presentó a las Autonómicas de 2012 sin vender una escoba.
A Mario Conde han vuelto a trincarle trayéndose a los poquitos valiéndose de un complejo entramado de sociedades ficticias, el dinero que tenía en Suiza y el Reino Unido y que es lícito sospechar procede del saqueo de Banesto, el banco que compró tras un pelotazo millonario que obtuvo con la venta de un laboratorio cuya propiedad compartía con Juan Abelló. Se ha escrito que esa operación con una multinacional italiana se cerró por 58.000 millones de las antiguas pesetas pero, andando el tiempo, Conde dejó en Banesto un agujero de casi tres mil millones de euros después de que el Banco de España lo interviniera.
Yo recuerdo a Mario Conde de copas por Playa América en aquellas noches mágicas de veranos dorados en los sesenta cuando todos éramos tan jóvenes que daba asco vernos. Pantalón blanco, camisa rosa mostrado pecho, zapatos deportivos y mucha gomina en el pelo. Nunca intercambios una palabra si mal no recuerdo. Menos mal, también os lo digo…
 

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