Opinión

El médico ilustre y los golfos

A principios de los años 70 del pasado siglo, la zona alta de Madrid lindante con el estadio Santiago Bernabéu se convirtió en paradigma del golferío capitalino. Muchos referentes del espectáculo y la farándula de aquellos años equívocos que comenzaban a quitarse la mugre de los negros años anteriores, se establecieron en una zona de edificación moderna y perfil peliculero que además de bloques de apartamentos de nivel medio alto y pisitos de soltero en residencias caras, incluía bares, clubs nocturnos, galerías de arte, casas de citas camufladas, cafeterías y terrazas, todas ellas disfrutando de una permisividad en hábitos y horarios que convirtieron aquella franja de Madrid en el paraíso del relajo. Aquella singular parcela urbana que distaba considerablemente del general ámbito serio y urbano, estaba atravesada de medio a medio por la calle doctor Fleming, y si bien algunos estudiosos de la contracultura del tiempo atribuyen  la denominación al periodista Raúl del Pozo, quien la hizo popular fue Ángel Palomino con su novela “Madrid Costa Fleming”. Aquel ámbito sin prohibición de horario nocturno, en el que abundaban las potentes minifalderas, los coches de alta cilindrada, los escándalos nocturnos y un relajo incomparable para el tiempo en el que transcurría, se llamó Costa Fleming evidenciando de paso la falta de respeto del momento hacia un hombre sabio, ilustre y respetable  llamado Alexander Fleming, el médico escocés descubridor de la penicilina.  Muchas ciudades y pueblos españoles mantienen en sus callejeros el nombre del eximio científico británico y en la mayor parte de los recintos taurinos nacionales el premio Nobel tiene una estatua  por la contribución de la penicilina al feliz tratamiento de las heridas por asta de toro. 
Mucho ha llovido desde entonces y la vida es de otro color muy diferente. La referencia que constituyó en la vida y milagros de un tiempo tan inquietante como aquel de los años 70 –algunos de los periodistas más populares de la época eran asiduos visitantes de aquel coto de caza mayor tejido en los aledaños del Bernabéu- el famoso territorio aún se recuerda entre las generaciones veteranas susurrando pasadas épocas no exentas de poderoso encanto. Uno se hace viejo pero paradójicamente los recuerdos no envejecen al mismo ritmo que los cuerpos. Quizá afortunadamente. A mí esas visiones antiguas me ponen la sonrisa en los labios.

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